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Cuando ponemos nuestra fe en Cristo como nuestro Salvador, nuestro espíritu cobra vida y nuestro corazón sufre una transformación.
18 de febrero de 2022
Tomado del Ministerio En Contacto para contribuir a su difusión-
Romanos 3.10-12
Algunas personas creen que las buenas acciones nos garantizan librarnos del infierno. Pero nadie se salva de la condenación divina por todo lo bueno que haga. La condenación tiene que ver con el estado pecaminoso de la persona —en otras palabras, tener una naturaleza apartada del Señor.
Todos tenemos una naturaleza rebelde. Observe a cualquier niño de dos años que tira del cable de la lámpara justo después de que su mamá le dice: “¡No lo toques!”. Su impulso de hacer lo que quiere es mayor que el deseo de complacer a su madre. Ni una sola persona es lo suficientemente buena o sabia como para vivir sin pecar y ser agradable ante el Señor (Ro 3.23).
Como vimos ayer, Dios decretó que el pecado merece la pena de muerte. Y la Biblia deja claro que solo nos puede librar un sacrificio perfecto (Lv 22.20). Por tanto, en nuestro estado pecaminoso, somos incapaces de salvarnos a nosotros mismos. Pero Dios nos amó tanto que envió la solución a nuestra situación: Dio a su Hijo perfecto, el Señor Jesucristo, para que muriera en nuestro lugar. Cuando ponemos nuestra fe en Él como nuestro Salvador, nuestro espíritu cobra vida y nuestro corazón sufre una transformación. En el momento en que Dios nos salva, nos convierte en una nueva creación, con una naturaleza rendida a Él y a su voluntad.
Biblia en un año: Números 28-30
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