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Begoña Ibarrola
Dracolino, Pirindicuela o Chusco, son algunos de los personajes que nos guían en el universo de Begoña Ibarrola. El cosmos de esta experta en inteligencia emocional está habitado por dragones, hadas y animales de toda índole. Actores vergonzosos, orgullosos o solidarios que representan el mundo emocional. La lectura, señala la escritora, “es como un espejo donde el lector se ve reflejado y encuentra incluso solución a sus problemas”. La fantasía en sus cuentos tiene como objetivo ayudar al lector a comprender sus propias emociones.

Begoña Ibarrola, se licenció en Psicología en la Universidad Complutense de Madrid, es especialista en musicoterapia, inteligencia emocional y ejerció como psicóloga infantil durante quince años. En su consulta descubrió que las historias eran una poderosa herramienta terapéutica y hoy, volcada en la escritura, ya ha publicado más de doscientos cuentos con el núcleo en las emociones. Un extenso trabajo que ha dado lugar a las antologías ’Cuentos para aprender a convivir’, ‘Cuentos para educar a niños felices’ o la colección ilustrada ‘Cuentos para sentir’.

“En cuanto los profesores trabajan las emociones con los alumnos, el clima del aula cambia, aumentan los rendimientos y disminuye la ansiedad”, asegura la también investigadora y docente, que lleva más de dos décadas formando a profesores y familias en educación emocional. Ibarrola sueña con “una escuela sin asignaturas, inclusiva, accesible y de calidad” y en la que, reivindica, “impulsar los estados emocionales favorables para el aprendizaje”.

Creando Oportunidades
TRANSCRIPCIÓN
00:01
Begoña Ibarrola. Me llamo Begoña Ibarrola. Soy licenciada en psicología, experta en educación emocional y escritora de cuentos y de libros para adultos.
00:11
Teresa. Hola, Begoña.
00:12
Begoña Ibarrola. Hola.
00:12
Teresa. Me llamo Teresa, soy psicóloga, madre de dos niños y estoy encantadísima de poder estar aquí hoy charlando contigo.
00:21
Begoña Ibarrola. Yo también. Gracias por invitarme.
00:23
Teresa. Y, bueno, Begoña, has escrito varias antologías de cuentos. ¿Cómo pueden los cuentos ayudarnos a educar?
00:32
Begoña Ibarrola. En realidad, los cuentos están mostrando experiencias, experiencias de personajes distintos, ¿no? Esos personajes viven emociones, pasan situaciones difíciles, encuentran soluciones a sus problemas. Yo desde que empecé a trabajar como psicóloga, me di cuenta de que los cuentos eran una herramienta poderosísima, porque el lector o el escuchante, en el caso de que sea un niño que escucha cuentos porque todavía no sabe leer, se mete en la vida de los personajes. Va viviendo sus emociones, sus experiencias, sus dificultades, pero con una distancia de seguridad. Por lo tanto, los cuentos no solamente permiten desarrollar la empatía, sino que ayudan a comprender todo el mundo de emociones, de sentimientos. Ayudan a que el lector comprenda el mundo porque su vida es limitada. Tiene un recorrido concreto y tiene un nivel de experiencias a las que accede en el día a día. Pero los personajes de los cuentos que leen, pues pueden trasladarle a la luna, al fondo del mar, a otro planeta misterioso. Y todo esto va ayudándole a comprender su entorno, a comprender también las relaciones humanas, a comprender que existen problemas, pero que hay que buscar las soluciones. Y los cuentos han sido utilizados tradicionalmente como herramientas terapéuticas. Grandes verdades se han dicho en ratos muy cortos, muy sencillos y con un lenguaje muy… muy cercano. Por eso el poder de los cuentos es tremendo, no solamente ya como un elemento de educación emocional y de desarrollo de la empatía, sino porque le ayudan al lector a comprenderse a sí mismo a través de la vida de los personajes. Es como un espejo donde el lector se ve reflejado y encuentra incluso a veces, como yo lo vi en los procesos de terapia, solución a sus problemas.
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Por eso es tremendamente importante que todos los días los adultos busquen un rato para leer cuentos a sus hijos que no sean lectores, incluso aunque sepan leer. Porque en ese momento el encuentro afectivo, el puente que se genera entre corazón y corazón, es tremendamente importante. Se genera un vínculo muy profundo. Se puede hablar de las emociones, se puede hablar de lo que le pasa a uno, pero sobre todo el niño se siente comprendido, entendido, que le están atendiendo a él. El rato del cuento es un rato mágico, no es un tiempo desperdiciado ni muchísimo menos. Y es un elemento fabuloso para crear un vínculo fuerte y sólido entre padres e hijos. De eso hay muchísimas experiencias que demuestran que el rato de lectura, el rato de compartir emociones, el rato de compartir experiencias… que pueden ser antes de dormir, puede ser en cualquier momento de la tarde que se elija, genera una comunicación, un proceso de comunicación mucho más fluido entre los adultos y los niños. Y además, el adulto si quiere, y si el cree que es momento oportuno, le puede hacer preguntas después de la lectura del cuento: «¿Y a ti qué te parece lo que le ha pasado a este personaje? ¿A ti te ha pasado alguna vez algo parecido? ¿Y cómo lo resolviste y qué sentiste? Fíjate el susto que pasó este personaje, pero luego cómo se atrevió a enfrentarse». Y todo esto son lecciones que ese niño recibe sin ser… pues eso, una cátedra donde le tienen que dar instrucciones para la vida. Al final todos los cuentos y esa lectura del adulto al niño lo que le genera son herramientas para aprender a manejar su mundo. Su mundo interior, pero también su mundo exterior.

03:41
Teresa. Tú eres psicóloga, experta en educación emocional, pionera aquí en España. Oímos mucho hablar de inteligencia emocional, de educación emocional, ¿pero exactamente qué es? ¿En qué consiste?
No se trata de blindar a los hijos ante las dificultades, sino de darles herramientas para que puedan enfrentarse a ellas

Begoña Ibarrola

03:52
Begoña Ibarrola. Bueno, ser emocionalmente inteligente es tener una serie de capacidades que tienen que ver… que giran alrededor del mundo de las emociones, esa dimensión emocional que es tan importante en el ser humano. Porque somos seres que sentimos antes de ser seres que pensamos. Fíjate, cuando yo estudié la carrera de psicología, que terminé en el año 1977, es que no me hablaron de inteligencia emocional. Es que tampoco me hablaron de emociones. Un día para decirnos que, bueno, que se sabía que el ser humano tenía una dimensión emocional, que las emociones se procesaban en el cerebro, pero nada más. No había todavía tecnología como para observar el cerebro en vivo y en directo. Entonces, claro, las emociones son un campo de investigación bastante reciente. En la década de los años 90 al año 2000, le llaman la década del cerebro precisamente porque muchos países invirtieron grandes sumas de dinero en investigar. Fruto de esa investigación se desarrollaron tecnologías, máquinas, que hoy vemos con total normalidad en muchos hospitales del mundo, que permiten observar el interior de tu cerebro y ver incluso si has pillado un chiste y si das una respuesta humorística. Cómo respondes emocionalmente a una música o a otra. Entonces, lo que está claro es que la inteligencia emocional es una capacidad de la mente para percibir, para comprender, para expresar y regular emociones y para percibir y comprender las emociones de los demás y que esta información guíe nuestra conducta o nuestros pensamientos y sepamos en cada momento cómo tenemos que comportarnos o incluso tomar decisiones, ¿no? Porque las emociones influyen en la toma de decisiones. Las competencias de las que consta la inteligencia emocional, o la persona con inteligencia emocional, dispone como de cuatro competencias básicas. Que luego, evidentemente, nos sentimos más cómodos en unas que en otras, porque nuestro temperamento y nuestras experiencias a lo largo de la vida han influido en su desarrollo.
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Pero la primera es la conciencia emocional, el saber poner nombre a las emociones. Es curioso porque si tú preguntas a cualquier chaval, a cualquier joven, a cualquier niño «¿cuántas emociones conoces?», pues es que el número de palabras asociadas a emociones es bastante bajo. ¿Qué es lo que sucede? Que lo primero es saber y comprender que las emociones tienen distintos niveles de intensidad. Entonces, no es lo mismo estar un poco contento que estar eufórico. No es lo mismo temer algo que tener pánico a algo. No es lo mismo estar un poco desilusionado que estar deprimido. Las palabras nos indican el nivel de intensidad de esa emoción. Por lo tanto, la primera competencia es conocerse a sí mismo, poner nombre a esas emociones y luego saberlas expresar. ¿Cómo? Con las palabras, evidentemente, pero también con la expresión gestual, porque el lenguaje de las emociones es eminentemente no verbal. Luego, la regulación emocional, que esto cuesta más porque, ya te digo, en función del temperamento hay personas muy impulsivas, muy… muy expresivas, que les cuesta más regular. Entonces, la regulación no es la represión emocional, ni muchísimo menos. Es aprender a expresar adecuadamente las emociones. Con dos requisitos: que no hagamos daño a los demás, pero que tampoco me haga daño a mí. Si yo reprimo mi emoción, me hace daño a mí. Pero, si yo exploto y expreso todo lo que siento, puedo hacer daño a los demás.

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Evidentemente, a esto se une la automotivación: el tener metas, objetivos e ir a por ellos. Tener ese fuego interior, ¿no? Que se traduce en capacidad de esfuerzo, de persistencia, de constancia, de optimismo para conseguir metas que me apetecen en la vida. Pero también aceptando que el esfuerzo no garantiza el éxito, que garantiza la satisfacción personal de haber hecho todo lo que estaba en mi mano. Y, luego, hay dos competencias más interpersonales, más sociales, que son la empatía y la competencia social. La empatía, evidentemente, es ponerme en el lugar del otro, comprender al otro. No significa estar de acuerdo con el otro, pero sí respetar sus opiniones, sus formas de ser… Darme cuenta de por qué se comportan como se comportan, de lo que están sintiendo. Y esas señales que el otro me envía me hacen que, en algún momento, yo me acerque o me distancie de la otra persona. Que, en algún momento, intervenga o me mantenga simplemente a la expectativa. Que consuele a una persona o simplemente le diga: «Estoy aquí para lo que quieras». Todos esos rasgos de la persona empática son muy valorados en la actualidad. Y, evidentemente, en la competencia social intervienen muchas habilidades que tienen que ver con esa asertividad, con esa comunicación asertiva y respetuosa a los demás. Con esa habilidad también para resolver conflictos o prevenir la aparición de conflictos. La verdad es que una persona con empatía no genera tantos conflictos porque es muy… muy delicada, ¿no? Es amable y percibe cómo están los demás y entonces no provoca conflictos.

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Lo que pasa es que la vida nos trae conflictos muchas veces y hay que aprender a solucionarlos. Y por supuesto, la persona que tiene esta competencia social es muy hábil en el trabajo en equipo también. Sabe cómo cada persona es diferente y saca lo mejor y utiliza los talentos de cada persona. Entonces, claro, ese conjunto de capacidades, de habilidades, que comprenden la inteligencia emocional se desarrollan. ¿Cómo? Con entrenamiento. Y por eso es tremendamente importante empezar con los niños y niñas desde los tres años a entrenar determinadas emocionales. Por supuesto, respetando su proceso de maduración y sabiendo que no le podemos pedir a uno de tres años que se regule, sino que nosotros le tenemos que ayudar a regular. Una corregulación. Pero, a partir de los seis o siete años, ya el cerebro está maduro como para que empiece ese proceso de autorregulación. Todo eso se aprende porque son habilidades. Igual que se aprende a cocinar cocinando y se aprende a nadar nadando. A lo mejor a una persona le cuesta más. Dentro de este perfil de persona con inteligencia emocional, a lo mejor le cuesta más la competencia de regulación, ¿no? Que es a lo mejor muy explosiva, es su carácter, o muy temperamental, pero se puede aprender. ¿Cómo? Entrenándose. Entonces, al final, lo que las investigaciones nos dicen es que una persona con inteligencia emocional es más feliz porque no se siente a merced de su mundo emocional, sino que ella lo controla y lo dirige. Y también es capaz de percibir todo el entorno emocional de los demás y ser prudente o adaptarse a distintas circunstancias. Y, por ejemplo, la empatía ahora es una de las cualidades, capacidades, más valoradas en las empresas. Sobre todo porque muchos trabajos del presente y del futuro se realizan en equipo con otras personas. Y puede que haya a lo mejor personas muy muy sobresalientes en capacidades cognitivas que fracasen estrepitosamente por no saber desarrollar estas competencias emocionales, por no ser emocionalmente inteligentes.

“La asertividad empodera a los niños”

Begoña Ibarrola

10:27
Teresa. ¿Cuáles son las claves para ti para educar emocionalmente a nuestros hijos?
10:32
Begoña Ibarrola. Es necesario enseñar a los niños desde bien pequeños determinadas lecciones emocionales. Algunas son más fáciles, otras son más difíciles en función de variables que tienen también que ver con el temperamento y el carácter de cada uno, ¿no? Pero la primera lección es poner nombre. Hay que enseñarles a poner nombre a sus emociones que, desde pequeños, si tienen, por ejemplo, dos años y tienen un incipiente lenguaje, puedan decir: «Estoy contento», «estoy enfadado». o «estoy triste» o «tengo miedo». Cuando van siendo un poquito más mayores, pueden aprender a nombrar la vergüenza, la envidia, los celos. Incluso les podemos pedir un poquito más: «¿Estás muy contento o un poquito contento nada más?». Para valorar un poco su nivel de intensidad. Que ellos se den cuenta también. Porque identificando sus emociones y dándose cuenta del nivel de intensidad es más fácil luego poder regular esa emoción. La segunda lección emocional, que para mí es básica para el desarrollo de la personalidad equilibrada en cualquier niño, es que aprendan a quererse, a valorarse. Es decir, que se desarrolle su autoestima, que se den cuenta de que son seres únicos en el universo, con potencialidades y con limitaciones, como cualquiera. Que todo no se les da bien, ¿no? A veces, pues, las familias me dicen: «yo le digo a mi hijo para potenciar la autoestima que es muy bueno en todo».
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Digo: «Pues no es verdad y no es adecuado». La autoestima se alimenta desde el realismo. «Esto se te da muy bien y lo haces fantástico y casi no te tienes que esforzar. Pero esto otro te cuesta un poquito, así que te tendrás que esforzar un poco». ¿No? Cuando un niño o una niña tiene una buena autoestima, ya es como que tenemos una tierra fértil donde cualquier cosa que queramos sembrar va a prosperar. Pero yo, fíjate, te comento que en mis años de terapeuta lo que observé es que más del 90 % de mis pacientes tenían baja autoestima. Tenían muchos problemas. Y si eso no se corrige en la edad infantil, luego cuando ya son mayores van buscando el reconocimiento, están muy dependientes de los demás… No son nada autónomos emocionalmente porque todo lo hacen para que les valoren, para que les feliciten. Por lo tanto, tienen ahí una consecuencia bastante negativa. La tercera lección, que es tremendamente importante, y que en esto yo creo que tenemos las familias que procurar un poquito más poner el acento, es que tienen que aprender a tolerar la frustración. Hay una cosa clara: La vida está llena de frustraciones. Tienes que hacer cantidad de cosas que tú no quieres hacer. Todo no lo puedes elegir. Y hay que educar a los hijos diciéndoles: «Mira, en la vida hay algunas cosas que puedes elegir, pero otras no. Si llueve, llueve. Y por más que te enfades, no tiene sentido que te enfades porque va a seguir lloviendo, no depende de ti». ¿No?

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Entonces tolerar la frustración significa que hay que aprender a esperar, que hay que ser paciente y darse cuenta de que en todo momento no lo tienes ya, lo que tú quieres y de la manera que quieres. Es también prepararles para enfrentarse a ese malestar emocional que conlleva cualquier frustración porque eso no se lo podemos evitar. O sea, nadie se siente bien cuando un objetivo que quiere cumplir no se cumple. O cuando encontramos obstáculos a nuestros deseos, ¿no? Pero hay que decirles con claridad: «Mira, todo en la vida no lo puedes elegir». «Es que no me gusta este compañero». «Lo siento, te aguantas, porque tú no eliges a tus compañeros. A lo mejor hay algún compañero tuyo al que no le gustas tú». «Es que esta asignatura…». Cuando ya son más mayores no lo puedes elegir: «Pues lo siento, para aprobar este curso tienes que aprobar esta asignatura. Tú no haces el plan de estudios». Y esto va ‘in crescendo’. En algún momento tú puedes decir: «Es que no me gusta tal compañero de trabajo». Pues te aguantas. Porque la vida te está poniendo personas que tú no eliges. Y en realidad solo podemos elegir a los amigos y a la pareja. Y de alguna forma tenemos que basar nuestra educación en un sentido realista y decirles a nuestros hijos: «A lo largo de la vida te vas a encontrar con muchos momentos de frustración. Pues si te encuentras una piedra en el camino, tendrás que aprender a asaltarla». O sea, lo que no se trata es de blindar a los hijos frente a las dificultades, sino darles herramientas para que sepan enfrentarse a ellas. No se trata de ir quitando las piedras del camino, sino enseñarles a saltar esos obstáculos.

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La cuarta lección emocional que todo niño y niña debe recibir desde bien pequeño es aprender a regular sus emociones. Que no significa reprimirlas, significa aprender a expresarlas de forma adecuada, legitimando las emociones. Y esto es muy importante. Un padre le puede decir a su hijo: «Entiendo que te hayas enfadado porque tenías mucha ilusión por ir al campamento y resulta que por el tema de la pandemia no se puede realizar el campamento. De acuerdo, o sea, pero estar enfadado por una cosa que tú no puedes cambiar no tiene sentido. Legitima tu enfado, pero, a ver, ¿qué vas a hacer con ese enfado? ¿Vas a seguir enfadado, con pensamientos rumiantes, todo el día protestando porque no vas a poder ir de campamento? Tienes dos opciones: amargarte la vida tú solito porque no hay posibilidad de cambiar o decir: ‘Venga, cambio mi estado emocional’». Y esto hay que enseñárselo a los niños, pero no lo empiezan a practicar hasta más o menos a partir de los seis, siete años. El ser capaces de cambiar una emoción por otra. Pero la regulación emocional, la buena gestión emocional, es básica en la convivencia. La persona que no sabe controlar su mundo emocional está continuamente batallando entre esos pulsos internos, esas… esas pulsiones internas, esas impulsividades que le hacen a lo mejor expresar todo lo que sienten y, sin reprimir, decir: «Pues ahora no es buen momento». O «ya está, un ratito enfadado y ahora ya dejo de estarlo». Que esto es muy divertido, ver a los niños de cuatro años cuando se están entrenando en auto control que dicen: «Bueno, me he enfadado un rato, pero ya no». Como diciendo: «Hasta aquí».

“El empoderamiento es una vacuna contra la dependencia emocional y el maltrato”

Begoña Ibarrola

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Entonces hay estrategias que se pueden enseñar para desarrollar este autocontrol. Pero muy asociada a esta cuarta lección viene la quinta. La quinta es aprender a entrar en calma. Yo creo que una lección básica más en la sociedad que tenemos: tan estresada, tan estresante y que prima la inmediatez, la velocidad, la rapidez. Parece que si un ordenador va más rápido, es mejor. Si un coche corre más, es mejor. No, los seres humanos tenemos necesidad de calma, necesitamos ritmos y hemos perdido el ritmo. Acción, acción, acción. No. Es que imagínate lo que supondría estar comiendo todo el día. Bueno, es que tenemos que comer y luego digerir. Claro, la digestión es un fenómeno inconsciente. Entonces decimos: «Bueno, como que no tiene importancia». Da la casualidad que tu salud depende de lo que digieras. Un exceso de estrés o de ansiedad bloquea ante un examen a alumnos brillantes. Que han podido estudiar muchísimo, pero que luego no les luce porque el primer síntoma del estrés es el bloqueo de la memoria. Entonces, este… esta lección, quinta lección, es tremendamente importante. Y sobre todo porque es nadar contracorriente en estos momentos y decir: «No me puedo sentir culpable, es que es un deber mío». Yo tengo que cuidarme para cuidar mi bienestar y cuidar el bienestar de los demás. Tengo que buscar momentos de calma a través de hobbies, a través de tomar un café con alguien, a través de una charla…

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Y la sexta, que es muy importante, es aprender a pensar en positivo, ser optimista pero realista. No podemos negar la realidad. No se trata de ponernos unas gafas de color de rosa y decir que el mundo va fenomenal, que todo está muy bien y que no hay problemas. No. Pero se trata de ver la botella medio llena. Todavía queda la mitad del agua en la botella. La botella no va a cambiar si tú ves que te falta la mitad o que todavía te queda la mitad. Sin embargo, la percepción de las personas que se enfocan en positivo amplía su mirada, les da como más creatividad, más capacidades de reaccionar, de resolver problemas. Una visión optimista hace que te enfoques en la solución en vez de estar dando vueltas y vueltas y vueltas al problema, que con darle vueltas no lo vas a resolver. La persona optimista también es más solidaria, es más altruista. Se ha demostrado en muchas investigaciones científicas que hablan de esto. Porque, cuando estamos en negativo, cuando estamos dando vueltas a los problemas, estamos muy centrados en nosotros. Sin embargo, cuando volcamos una mirada optimista de decir: «A ver, todos los problemas tienen solución. Tenemos que contribuir y formar parte de esa solución». Esa persona es mucho más proactiva, es mucho más autónoma y a la vez es mucho más feliz. La séptima lección que cualquier niño debe aprender y que para eso también los adultos somos espejos, somos referentes: Tienen que aprender a ser empáticos. Deben aprender esta… esta habilidad. ¿Por qué? Porque vivimos en un mundo rodeados de personas. Somos seres sociales, nuestro cerebro es social. Sobrevivimos gracias a los demás. Somos felices porque amamos y nos aman. Porque interactuamos con los demás.

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Luego, la empatía te permite ponerte en el lugar del otro, comprenderle, entender sus motivaciones. No significa estar de acuerdo con lo que hace o con lo que piensa o con sus creencias. Pero te pones en su piel. ¿No? Hay un proverbio indio que dice: «No juzgues a nadie hasta que no hayas andado mil millas en sus mocasines». Es decir, ponte en la piel del otro, ponte en los zapatos del otro. No le mires desde ti, sino desde su realidad, desde su formación, desde su experiencia, desde su cultura, desde su entorno. Y entonces vas a comprenderle mejor. Cuando comprendemos a los demás, nos hacemos más tolerantes. La empatía es la base de la educación en valores. Pero, además, es el elemento fundamental en la prevención de la violencia. Por lo tanto, en tantos programas que hay hoy en día de prevención del ‘bullying’, de conductas violentas, la clave está en la empatía. Y la empatía, por supuesto, se puede desarrollar. Pero lleva un orden, y con los niños y niñas más pequeños hasta ocho o nueve años, tenemos que ayudarles a ser empáticos con los cercanos. Y a partir de los nueve años nuestro cerebro ya es capaz de entender a cualquier persona de cualquier lugar del mundo, aunque no la conozcamos.
¿Por qué digo esto? Porque, a veces, en algunos colegios, sobre todo yo que doy información a colegios y me encuentro… Por ejemplo: Hacen una campaña para recaudar fondos para los que han sufrido un terremoto o la campaña para ayudar a paliar el hambre en el mundo… De acuerdo que hay campañas muy solidarias, pero una persona se puede sentir muy solidaria con gente que no conoce y ser cruel con el compañero. Y esto es lo que debemos evitar. Debemos ser muy prácticos. Sé empático con los que te rodean. Sé amable, sé cariñoso, sé comprensivo. Tenles en cuenta, hazte cargo de sus necesidades, de sus emociones. Y la última lección, no es porque sea ni más ni menos importante, ¿no? Pero es aprender a comunicarnos con los demás de forma asertiva. Hay tres tipos de comunicación: agresiva, sumisa o pasiva y asertiva. Sería la fórmula equilibrada. La persona agresiva impone su voluntad, ¿no? Y esto sí que tiene también un poquito que ver con el temperamento, porque las personas son como más fogosas, más impulsivas, suelen tender a tener un estilo de comunicación más agresiva, más de imponer y descalificar a los demás: «¿Pero cómo puedes pensar esto? ¿Pero cómo puedes opinar de esta manera?». La persona sumisa es la tipo camaleón. Lo que tú digas, donde tú digas, como tú quieras. Porque huyen del enfrentamiento. Normalmente, esto me lo he encontrado siempre en terapia, los niños que son más sumisos es porque tienen baja autoestima. Si una persona se quiere a sí misma puede expresar sus necesidades, sus deseos, sus opiniones, sin enfrentarse con nadie. No… Y hablar en mensajes: «Yo… Esto es lo que yo pienso. Esto es lo que yo necesito. Esto es lo que yo creo. Pero respeto que tú pienses, necesites y creas cosas diferentes». Esa es la asertividad. Empodera mucho la asertividad en los niños porque les permite sentirse capaces, sentirse competentes y sentir que su voz cuenta. Yo creo que, si en todos los colegios del mundo y en todas las familias se trabajaran estas diez competencias, la sociedad sería totalmente diferente.

22:16
Teresa. Begoña, tienes una colección de cuentos llamada ‘Cuentos para sentir’, donde hablas de emociones como el enfado, la tristeza… ¿Podrías darnos algún ejemplo de cómo trabajar estas emociones que provocan malestar en nuestros hijos?
22:33
Begoña Ibarrola. Lo primero que debemos es legitimar todas las emociones. ¿Por qué? Porque venimos con ellas, con seis por lo menos, en el código genético. Luego, para algo están. Alegría, tristeza, miedo, enfado, sorpresa y asco. Las sentimos antes de nacer. Yo he visto ecografías maravillosas de bebés en el útero expresando esas emociones. Luego, si venimos con ellas en el equipaje genético es porque tienen funciones muy polivalentes, muy diferentes y nos preparan para dar respuestas adaptativas. ¿Pero qué sucede? Que algunas nos hacen sentir mal, otras nos hacen sentir bien. No es que unas sean buenas y otras malas, no. Todas son necesarias, pero evidentemente a nadie le gusta tener miedo; y a todo el mundo le gusta estar contento; y a nadie le gusta estar triste y a todo el mundo le gusta, pues, tener ilusión. Bueno, vale, de acuerdo, pero es que no las podemos evitar. Y las situaciones de la vida y el día a día cotidiano nos trae momentos de todo. Si a mí, por ejemplo… Me estoy acordando de alguna anécdota de niños con los que trabajaba en terapia, ¿no? Si un padre o una madre me dice: «Es que mi hijo siempre siempre está enfadado». Le digo: «O mientes o no le conoces». Si me dicen: «Es que mi hijo está siempre feliz, siempre contento». Pues o no te has dado cuenta, o no le conoces o no le has observado bien, porque esto es imposible.
“Debemos legitimar todas las emociones”

Begoña Ibarrola

23:54
Begoña Ibarrola. Las emociones son fluidas, como el agua, vienen y van. Algunas están provocadas por elementos externos y otras por mí misma, con mis pensamientos, con mis recuerdos. Entonces, ¿qué sucede? Con un cuento… Voy a ponerte un ejemplo muy sencillo: La vergüenza, por ejemplo. No es una emoción básica. Por lo tanto, no nacemos con vergüenza, pero podemos sentir vergüenza porque es una emoción secundaria que está desarrollada por cuestiones sociales de nuestro entorno. Y, bueno, y nosotros incluso tenemos dos tipos de vergüenza: la vergüenza ajena, que en otras culturas no existe, pero en la nuestra sí. Pues por ejemplo, yo escribo ‘La historia de Dracolino’. Fue uno de los primeros cuentos que escribí porque yo escribía cuentos en entornos terapéuticos, para niños concretos. Este niño tenía muchísima vergüenza. Este niño quería cantar, pero no se atrevía, y su ilusión era cantar en el coro del colegio y no se atrevía. Y cada vez que abría la boca era un desastre por los nervios que tenía y la tensión. Entonces escribí un cuento de Dracolino, un dragón que, en vez de querer asustar a los habitantes del pueblo, y en vez de echar fuego por la boca y ser agresivo, quiere cantar. Entonces… Los primeros son los padres los que le dicen que ni hablar, que qué es eso de romper la tradición, ni hablar. Porque los padres de este niño le decían que «qué obsesión tienes con entrar en el coro. Entra en el equipo de fútbol, que ahí seguro que eres mejor». Pero es que él quería cantar, es que era su pasión. Entonces Dracolino empieza a ensayar. ¿Pero qué hace? Que como se pone muy nervioso cuando pasa encima de los de los campos de los habitantes de ese pueblo, hace como gallos, no le sale bien, ¿no? Entonces todos los habitantes se ríen: «Fíjate, un dragón que canta, qué mal canta».
25:33
Claro, cuando el niño está leyendo eso o algún adulto le está leyendo eso, se puede sentir reflejado y decir: «Mira, a mí a lo mejor no me da vergüenza cantar, me da vergüenza otra cosa», pero refleja. Entonces, ¿qué hace? Va a visitar a su amiga la Luna, todo desesperado. Una noche sube a una montaña y la Luna le dice: «Haz lo que te gusta, pero entrénate. O sea, no te va a salir bien a la primera. Por que te salgan gallos ahora, no pasa nada. Tú sigue, persiste. Sigue cantando, ya verás, ya verás como cada vez lo haces mejor». Entonces él baja al pueblo y, bueno, va ensayando , va ensayando hasta que se convierte en el primer dragón en la historia de los dragones que canta y es famoso, y vienen de distintas partes del mundo a escucharle y él se siente feliz por haber sido fiel a sus sueños. Entonces, claro, después de este cuento yo planteaba en ‘Cuentos para sentir’ una serie de preguntas, pero esas preguntas estaban en una hoja aparte. El cuento de por sí tiene su valor, pero el adulto puede hacer preguntas: «¿A ti hay algo que te da vergüenza? ¿Y qué haces cuando algo te da vergüenza? ¿Y si hubieras sido Dracolino, qué hubieras hecho? ¿Si se ríen de ti dejas ya de cantar, ya no ensayas, o hubieras hecho caso a la Luna?». Ese diálogo lo que permite es que el adulto entre en el corazón del niño, ¿no? Que llame a la puerta al corazón del niño, entre y pueda entablar un diálogo de cosas que son muy sutiles, pero que son muy importantes. Pero, claro, en ‘Cuentos para sentir’, pues hay 46 cuentos. Cada capítulo es una emoción y hay preguntas. No hay ilustraciones. Luego, de ahí salió una colección de libros ilustrados, que a los niños más pequeños, pues claro, ya ven las caras… ¿No? Yo procuro que los ilustradores sean muy fieles a las expresiones gestuales y exageren incluso un poco para que también les sirva de forma para aprender a expresar emociones. Y, en definitiva, todos los cuentos pueden ir trabajando los celos, la envidia, el rechazo… Distintas emociones, dándoles además una visión de por qué una persona puede sentirlo, pero también dándoles soluciones. Cómo puedes salir y cómo puedes resolver esa emoción.

“Los niños necesitan límites y normas para ser felices”

Begoña Ibarrola

27:32
Teresa. Begoña, en uno de tus libros nombras un decálogo para educar niños felices. ¿Cuáles serían las claves, como tú bien dices, para educar a los niños en la felicidad? O sea, que sean niños felices.
27:46
Begoña Ibarrola. Bueno, en primer lugar, yo tengo una visión de lo que es la felicidad que a veces no todo el mundo comparte. Yo creo que la felicidad es una actitud interior, nace de dentro. Puede haber personas, lugares, cosas que nos favorezcan el estado de felicidad y otras personas, lugares o cosas que puedan entorpecer un poquito. Pero al final es una actitud interior. Entonces, los padres no pueden provocar la felicidad en sus hijos, pero sí pueden ayudarles a que ellos mismos encuentren su felicidad. ¿Cómo? Pues yo diseñé diez puntos importantes. El primero: amor incondicional. Yo creo que si un niño se siente querido, ya tiene una parte importante de felicidad cubierta. Querido por lo que es, no por lo que hace. Y ahí creo que las familias tienen que hacer un hincapié muy especial. No solamente es que: «no, no, yo ya le quiero». No, no, pero lo tienes que demostrar. Se lo tienes que demostrar. Los niños necesitan demostraciones de afecto. Necesitan que les demuestres que confías en ellos, que son personas valiosas para ti, que les quieres, que están en tu corazón. Que tengan esa, vamos a decir, como esa base sólida de amor incondicional, de apego seguro que les permita crecer felices. En segundo lugar, que se quieran a sí mismos. Desarrollar su autoestima haciéndole ver que es un ser único, con talentos, con limitaciones, con cosas que se le dan muy bien, con cosas que le resultan más difíciles. Que su forma de ser es peculiar, que es distinta o distinto a su hermano o a otros compañeros, que no se tiene que comparar.
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Begoña Ibarrola. Nutrir su autoestima es también centrarse en sus éxitos, no estar todo el día corrigiendo, corrigiendo, corrigiendo y diciéndole lo mal que lo hace, que no llega, que no sabe, que no puede… Sino, bueno, centrándose en sus talentos. Y yo creo que, a veces, por lo menos la educación tradicional, prestaba más atención al corregir que al valorar. Y tiene que haber un equilibrio. Yo siempre le digo a las familias: «Si haces una crítica a tu hijo, luego tienes que darle dos abalanzas». O sea: «Vale, esto lo has hecho mal. Oye, pero qué bien me estás ayudando y qué bien te sale ya tal cosa». Así vamos manteniendo un poco el equilibrio, ¿eh? Y no nos escoramos en la crítica, crítica, crítica. La tercera, y esto es tremendamente importante, es desarrollar su autonomía. Es decir, que cada vez hagan más cosas solos, que se sientan independientes. Aunque el proceso de autonomía es un proceso muy divertido y muy curioso, porque a los dos años los niños quieren hacerlo ellos todo solos y sabemos que no pueden hacerlo solos, pero cuando dicen «yo solito, yo quiero», hay que ayudarles un poquito. «Bueno, pues empiezo con la cremallera y luego sigues tú. Bueno, pues lleva los cubiertos a la mesa». En vez de llevar el vaso, que es más peligroso, lleva los cubiertos. Poco a poco darles autonomía. Potencia su autoestima porque se dan cuenta de que pueden hacer ellos algo solos. Claro, cada vez quieren hacer más cosas solos. Y el culmen, el punto, la cúspide de la autonomía y de la independencia es la adolescencia, ¿no? Que dicen: «Yo me valgo solo para todo». Es mentira. Y es mentira. ¿Cuándo alcanzamos la madurez? Cuando comprendemos la interdependencia. Desde mi independencia, pero yo te necesito también para ser feliz. Y yo necesito quererte, que me quieras, necesito hacer cosas, necesito proyectar mis talentos al mundo.
31:03
Begoña Ibarrola. Entonces necesito a los demás. Pero no es una necesidad de dependencia. Desde mi propia autonomía y desde la construcción de la autonomía en un niño no solamente se siente más capaz, sino que le empoderamos. Y el empoderamiento es una vacuna contra la dependencia emocional y el maltrato. Por lo tanto, es tremendamente importante que desde pequeños impulsemos su autonomía y no les protejamos en exceso. La sobreprotección es el primer enemigo de la autonomía y luego les hace sentirse incapaces. Si lo hacen por mí, es que yo no me siento capaz. Hay un cuarto punto en el decálogo que va muy unido también a los anteriores, porque al final el decálogo, lo que me sirvió es para vertebrar cuentos donde los protagonistas hablan, sienten, viven experiencias relacionados con esos puntos del decálogo, ¿no? La confianza en uno mismo, igual que la autoestima, es una plataforma de despegue para el futuro. Una persona que confía en sus talentos, en sus capacidades, pero también confía en que es una persona capaz de aprender. Es decir, no todo lo sabemos. Pero la capacidad de aprender marca una diferencia tremenda en el rendimiento de los alumnos. Y fíjate, te voy a contar una investigación realizada en la Universidad de Stanford. Investigaron qué caracterizaba a los alumnos con peor rendimiento y a los de buen rendimiento y demostraron que es la mentalidad que tienen sobre sus capacidades la que determina el éxito o el fracaso a nivel educativo, eh, incluso en edades tempranas. El alumno que piensa con una mentalidad fija piensa que su inteligencia no está dirigida, por ejemplo, a las matemáticas. «Yo no puedo hacer matemáticas. A mí no se me dan bien las matemáticas. Nunca voy a aprender matemáticas». O «yo no puedo cantar. Soy incapaz. Esto no lo voy a hacer nunca». Esa es la mentalidad fija.
32:53
Begoña Ibarrola. Entonces, ¿qué hacen? No se esfuerzan porque ¿para qué se van a esforzar? Es como si a ti o a mí nos invitaran, yo qué sé, a subir a un ocho mil, a una montaña de ocho mil. Pues yo seguramente no me muevo ni de mi casa. Porque digo: «Eso es imposible para mí, yo…». Y, claro, me pueden decir: «Qué vaga eres». No, no, no. No tengo motivación. ¿Por qué? Porque no confío en mi capacidad para conseguir ese reto. Es un reto excepcional para mí, imposible. ¿Qué sucede? Las personas que tenían mejores rendimientos académicos tenían una mentalidad de crecimiento. Pensaban que su inteligencia, sus talentos, sus habilidades se podían desarrollar. Entonces, se esforzaban, claro. «Venga, me voy a esforzar. No se me dan bien las matemáticas, le voy a dedicar más tiempo de estudio. Voy a hacer todos los días problemas. Me voy a enfrentar a esta dificultad porque confío en que soy capaz de superarlo». Por lo tanto, las personas, con una mentalidad o con otra, van por el mundo de una manera muy diferente y por eso ese punto del decálogo «de confía en ti», comprende que de verdad está muy vinculado al otro punto que vamos a hablar ahora, ¿no? Que es valorar el esfuerzo y la persistencia. Pero es que si no confías no te vas a esforzar. Por eso el siguiente punto del decálogo es valorar el esfuerzo, la constancia, la persistencia. Y en esto los adultos tenemos mucho que cambiar, yo creo, porque antes la palabra «esfuerzo» se asociaba al sufrimiento. «La letra con sangre entra», ¿no? No, no. Desde el punto de vista de la inteligencia emocional hay que asociarlo a la satisfacción. Tú esfuérzate todo lo que esté en tu mano para conseguir ese objetivo. Puede haber luego situaciones en tu entorno que lo impidan. Por ejemplo, el otro día una profesora me contaba pues que se estuvo preparando cuatro años para una oposición. La víspera del examen, un ataque de apendicitis. Bueno, pues qué se le va a hacer. Es que tú no controlas todos los elementos de la vida. Ya lo hemos hablado antes.
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Pero asumes que has puesto en tu mano todo lo que estaba. Porque has trabajado a tope, has rendido a tope, te has entrenado a tope… Bueno. Pero el esfuerzo, si lo asociamos al sufrimiento, los niños no se quieren esforzar. Lo que hay que decirles: «No, no, esfuérzate e intenta hacerlo lo mejor posible. Pero, ojo, si te sale mal a la primera, persiste. Sé constante. ¿Te caes de la bicicleta? Vuelve a subirte». Y cuántos niños se han caído de la bicicleta y dicen: «Ya no quiero volverme a subir a la bicicleta». No les va a hacer feliz porque se dan cuenta ellos mismos que no son capaces de enfrentarse a retos. Redunda una baja autoestima. O sea que, como digo, los elementos están un poquito interconectados, pero de alguna manera les podía… los quería poner separados para darle su importancia, ¿no? Otro punto para mí muy importante de este decálogo para ayudar a niños y niñas a ser más felices, ¿no? Porque, ya digo, que no se trata de regalar la felicidad, si no sería el regalo que todos los padres y madres harían a su hijo nada más nacer. Es vivir con honestidad ¿no? Y apostar por ser sinceros, ser honestos. Yo creo que la educación en valores tiene que ir orientada a una ética, a una forma de relacionarnos con los demás donde esté basada en la confianza mutua. Y hay confianza cuando la persona es honesta. Si una persona, por ejemplo, te miente, es que ya en esa relación es como que se abre una fisura. Claro, en este sentido los padres y madres tienen que ser el ejemplo vivo, ¿no?, de esa honestidad. Y de esa también coherencia con lo que piensan, entre lo que dicen y lo que hacen.

“La confianza en uno mismo es una plataforma de despegue para el futuro”

Begoña Ibarrola

36:22
Con lo cual, los niños que crecen en un ambiente donde, por ejemplo, imagínate que han hecho una trastada, que han hecho algo mal. Han estado jugando en el salón y han roto algo, cuando tú les has dicho mil veces que no jueguen en el salón. Claro, ¿qué hace tu hijo? ¿Te miente y dice que ha sido el perro que ha entrado corriendo al salón y ha tirado el jarrón? ¿Te miente? Pues tendrás que plantearte si es que, si dice la verdad, a lo mejor le pones un castigo enorme. Entonces, cuando al decir la verdad creen y prevén que se van a encontrar con un gran castigo, entonces mienten. Pero, si tú dices: «Mira, por haberme dicho la verdad, el castigo va a ser menor, o la consecuencia va a ser menor, porque yo lo que valoro es la confianza que tienes en mí para decirme ‘he sido yo’ y no me has mentido». Las relaciones de confianza en la familia son básicas para la felicidad. Cuando se generan ya círculos de desconfianza, empezamos mal. Empezamos mal y ahí ya empiezan a aparecer otro tipo de problemas que impiden o que dificultan bastante el ser felices. Pero otro punto del decálogo, también muy importante, es respetar su individualidad. Y, por ejemplo, uno de los cuentos del decálogo que tiene que ver con la individualidad, es una familia de ranas que tiene trillizas. Mía, Tuya y Suya se llaman las tres ranas. Entonces, cada una, como decimos coloquialmente, es de su padre y de su madre. O sea, tienen el mismo padre, la misma madre, pero cada una… Una es muy besucona, muy afectiva; la otra dice que ya es mayor y que no; la otra llora por todo y se queja. O sea, cada una tiene su propia personalidad.

37:55
Los padres, las ranas, que en este caso son las que guían un poquito el cuento, van dando a cada hija lo que necesitan y no las comparan nunca. Pero entre ellas se comparan porque, claro, hay una tendencia en los niños a compararse con otros. Y los padres dicen: «¿Pero por qué os comparáis si cada una sois diferente? Os queremos a las tres, pero a cada una de una forma distinta os expresamos nuestro amor porque sabemos que no, no recibís…». Que, Mía, por ejemplo, le gustan mucho los besos, pero Suya es muy suya y no quiere besos. Bueno, pues en este cuento se demuestra que es un error comparar a los hijos. Que es un error permitir que se comparen porque de alguna manera es como disimular esos perfiles de individualidad que todos tenemos y que todos valoramos. Entonces, hacerle sentir a los hijos que son únicos, especiales, que respetamos. Ese respeto a la individualidad un niño lo percibe. La mirada de un adulto sobre un niño… Percibe perfectamente si le valoras, si le estás juzgando, si le estás comparando. Y, evidentemente, es muy importante no solamente que esa individualidad se construya desde dentro a la periferia para que luego sea un adulto seguro y confiado en sí mismo, sino que los adultos le podamos transmitir esa confianza en el desarrollo de esa individualidad. Porque es como una plantita, ¿no? Que al principio necesita un tutor y luego cuando ya va cogiendo ese tallo más fuerza lo va dejando. Pero, de alguna forma, sabemos perfectamente, y los psicólogos en esto nos damos cuenta, ¿no?, que cuando un niño es muy frágil es porque no le han ayudado a crecer con seguridad y porque no han aportado ese puntito de confianza en sí mismo y no han tenido en cuenta sus peculiaridades. Y, por lo tanto, el tutor ese, eso: durante un tiempo los padres pueden ir apoyando, pero luego ya no.

39:46
Pero también para ser felices necesitan límites y normas. No podemos ayudar a que nuestros hijos se desarrollen bien y se sientan personas seguras en el mundo si solamente les damos afecto y amor. También hay que darles límites. Los límites hacen que los niños se sientan seguros. Les ayudan a crecer felices, les ayudan a saber qué pueden hacer, qué no pueden hacer y también a prever las consecuencias, ojo. Yo conozco muchas familias que les costaba poner límites cuando eran pequeños. Decían: «Que sean felices, que hagan lo que quieran, ya de mayores…». No, los límites deben empezar a los dos años. A regular, a poner hábitos, rutinas. ¿Qué son los hábitos y las rutinas? Poner unos límites. Ahora se come, ahora se cena, ahora vas al baño, ahora vas, ahora te lavas los dientes, ahora te acuestas. Todo eso, esas pautas, esos hábitos, esas rutinas que llamamos cuando son pequeños, les hacen sentirse seguros. ¿Por qué? Porque pueden predecir lo que va a venir después. Cuando los adultos ponen normas y límites también tienen que enseñar al niño a prever las consecuencias de saltarse los límites y las normas. Es decir, no según el estado de ánimo del padre o de la madre, el castigo es mayor o la consecuencia va a ser más fuerte, no. «Mira, si no comes en este espacio de tiempo porque estás mirando al tejado aquí y no te centras en la comida, pues luego, en vez de ver este rato los dibujos animados, vas a ver un poquito menos, porque la hora de acostarte sigue siendo la misma».

“Los niños necesitan demostraciones de afecto”

Begoña Ibarrola

41:20
Es decir, que el niño puede hacer una predicción: «O bien ceno ahora rapidito en el tiempo que me dan». Rápido, sin agobios, porque la calma ya he dicho que es muy importante, pero marcar esas pautas. Entonces hay que decirles a los niños… Yo, muchas veces cuando trabajo con adolescentes, se lo digo: «Normas y límites hasta que nos muramos». A mí no me pueden enterrar donde a mí me dé la gana. Hay normas, hay límites. Yo conozco, por ejemplo, a una persona que cuestiona los stop y dice que es que algunos están mal puestos. Y le digo: «Bueno, pues es que…». Cuando voy con él en el coche es un sinvivir. Porque, claro, tú nunca sabes si va a frenar o no va a frenar porque tiene que considerar si aquel stop está bien puesto o mal puesto. No, no, a ti te han dicho las normas de tráfico que, si hay un stop, te paras y tienes que cumplirlo. Y si no una gran frustración y una gran protesta. Si enseñamos a los niños desde pequeños que el entorno normativo lo que nos permite es vivir en comunidad y convivir entre todos y saber que todo el mundo se va a parar ante el stop, vamos a vivir mucho más felices. Entonces, es importante. Normas, límites, pero también prever las consecuencias. Hay un noveno elemento en este decálogo muy importante, que es aportarles seguridad. Y esto tiene que ver con propiciar un entorno seguro en la casa. Ahora que se habla tanto de la seguridad. A ver, no existe un entorno de cero riesgos. Hasta en el hogar se pueden producir pues… Accidentes domésticos. Los niños, pues eso, pueden meter el dedo en el fuego o puede haber cualquier… se pillan con un cajón. Pueden pasar cosas, pero el entorno es seguro. Yo me refiero a un entorno emocionalmente seguro.

42:57
Donde haya confianza, donde cada uno se pueda expresar con libertad. Donde sientan que, si tienen miedo a algo, no se van a reír de sus miedos, sino que les van a aportar esa seguridad para enfrentarse a ellos. Donde los adultos son como elementos que contienen a ese niño. Y el último, que es muy importante, es educar en la paz, ¿no? Muy relacionado con lo que he hablado antes sobre la calma. Un entorno en la casa donde los padres no estén como locos todo el día haciendo cosas, que esto es lo que ha pasado a veces en algunos momentos del confinamiento, ¿no?, del año pasado. Porque, de alguna forma, los ritmos son importantes. Y tú puedes estar en un momento dado muy estresada, muy concentrada, porque tienes un trabajo muy urgente que sacar, pero que tu hijo vea que después descansas un rato y juegas con él, o escuchas música, o te tomas un refresco o un helado y descansas un poquito. Que haya paz en el hogar porque un ambiente muy estresante en el hogar no permite que los hijos crezcan felices. Entre otras cosas, porque los niños necesitan percibir también una determinada tranquilidad en los padres y en las madres. Y, a veces, cuando vienes del trabajo, como yo les decía a algunos padres en terapia: «Tienes que colgar tus preocupaciones en la entrada o tu mal humor, los malos ratos, en la entrada de la casa y entras en un entorno calmado, tranquilo… Porque los hijos necesitan que tú estés así con ellos para esa felicidad. Luego, estos diez puntos yo creo que son importantes y, evidentemente, muchísimas familias seguro que la mayoría de ellos ya los contemplan.

“La sobreprotección es el primer enemigo de la autonomía”

Begoña Ibarrola

44:29
Teresa. Begoña, estamos hablando de educación emocional, de cómo educar a nuestros hijos para que sean más inteligentes emocionalmente. ¿Pero para qué? ¿Cómo influyen las emociones en el aprendizaje?
44:44
Begoña Ibarrola. Aprender es un proceso que a nuestro cerebro se le da estupendamente, es lo que más le gusta al cerebro. Pero la neurociencia y todas las investigaciones recientes apuntan a que aprender, y que todo el proceso cognitivo que se da con el aprendizaje es un binomio donde la cognición y la emoción van juntas. Es una moneda de dos caras. No van separadas. Antes no. Cuando no se conocía bien el funcionamiento del cerebro, cuando la neurociencia no estaba tan avanzada, se pensaba que aprender era un fenómeno solamente cognitivo. Que era responsabilidad de nuestro cerebro nuevo, de nuestra corteza cerebral. Hoy se sabe que no, que las emociones influyen en el que aprende y en el que enseña. Ojo también. Por lo tanto, las emociones son las guardianas del aprendizaje. ¿Por qué? Porque son las responsables de la memoria. Lo que está claro es que solo nos acordamos lo que hemos aprendido con emoción o lo que hemos vivido en nuestra vida con alguna emoción. El cerebro nuestro es selectivo. Las emociones son el pegamento de los recuerdos. Luego esos recuerdos pueden ser más positivos o más negativos. Pero si alguna persona no te ha dejado huella en tu vida, no te acuerdas de ella. No nos acordamos de todos los profesores. Solo nos acordamos de algunos. De los que o nos han dejado huella o cicatriz, de los que nos han propiciado emociones que favorecen el aprendizaje. O los que nos han provocado otras emociones que limitan el aprendizaje. Hay unas emociones que nos ayudan a aprender. La primera es la curiosidad. Porque hace que el cerebro se expanda, preste atención. Y la curiosidad tiene que luego ir acompañada del interés, que es ya la atención mantenida, ¿no?
46:25
Begoña Ibarrola. Pero, la curiosidad, como que cuando algo nos llama la atención, cuando algo nos interesa, casi aprendemos solos. Buscamos la información donde esté. La curiosidad. Pero, luego, la confianza en uno mismo por lo que he dicho antes. Si uno confía en que tiene capacidad para aprender, va a aprender más, se va a poner retos mucho más complejos, ¿no? Y a medida que va cumpliendo esos retos, su nivel de autoexigencia va a ser mayor, pero también la confianza en los demás. Por eso el aprendizaje cooperativo es tan importante. Porque sé que yo trabajo en un equipo donde todos los demás no son como yo, que a cada uno se le dan bien cosas diferentes, pero que entre todos, como dicen los japoneses, «el equipo es más que la suma de sus miembros». El producto que sale de un equipo no es la suma de uno más uno más uno. No, no, no, no, es más exponencialmente. Por lo tanto, la confianza en los demás hace que yo sepa que, si me equivoco, meto la pata, digo una respuesta incorrecta, no se van a reír de mí. Crear entornos seguros de confianza en el aula se sabe que potencia el aprendizaje. Aparte de eso, se ha demostrado que la calma, la tranquilidad, también potencia el aprendizaje porque permite centrar la atención. Es decir, no hay miedo, no hay nada que me perturbe. Estoy centrada, tranquila. Por lo tanto, aprendo mejor, presto más atención, retengo en mi memoria mejor, más cosas, ¿no? Evidentemente, todo eso ayuda. Pero también hay emociones que dificultan el aprendizaje. La primera, el miedo. La primera, el miedo, porque el miedo bloquea el acceso a la memoria.
48:00
Begoña Ibarrola. Si un alumno ha estudiado mucho, yo qué sé, para un examen, como su nivel de ansiedad se dispare, es que se bloquea y se puede quedar en blanco. Y es un drama, ¿no? Porque el que no ha estudiado, que haga un mal examen no es tanto drama. Porque, si no ha estudiado, pues no. No tiene mucho en la memoria. Pero, habiendo estudiado, que fracases es un problema. Entonces, el miedo, la ansiedad y el estrés. Tenemos aulas estresadas, profesores estresados, alumnos estresados… Bajo rendimiento. Automáticamente bajo rendimiento. Los problemas de ansiedad y de estrés están disparando el fracaso escolar porque entran en un bucle de «no sé, no puedo, no valgo y ¿para qué me voy a esforzar?». Entonces «esto es imposible para mí». Pero en cuanto la persona ya entra en calma, porque no olvidemos que las emociones son como vasos comunicantes: si aumenta la calma, disminuye el estrés, si aumenta la confianza, disminuye el miedo. ¿Eh? Entonces, tenemos que generar emociones que favorezcan el aprendizaje. Otra de las emociones que limita muchísimo el aprendizaje es el aburrimiento. Si yo desconecto, si lo que están contando, por aquí me entra y por aquí me sale, el cerebro no se queda con nada porque no presto atención. Pero, si aumento la curiosidad, disminuye el aburrimiento. Esto es así. Y otra emoción que, yo no es que diga que perjudique el aprendizaje, sino que lo bloquea directamente, es la envidia. El aprendizaje competitivo, el estar pendiente de lo que hacen los demás. Porque te estás comparando y eso te genera tal tensión que es imposible que te relajes y te centres en lo tuyo. Por lo tanto, lo importante es que el profesorado comprenda esta relación entre estados emocionales favorables al aprendizaje o estados emocionales desfavorables y sepa… Yo en los cursos que doy a profesores, se lo enseño, sepan cómo cambiar un estado negativo por otro positivo. Entonces, generar entornos de aula emocionalmente saludables. ¿Para qué? Para que ellos se sientan mejor. Para que den el resultado óptimo.
“Tenemos que enseñar a los niños que el entorno normativo nos permite vivir en sociedad”

Begoña Ibarrola

49:59
Teresa. Siempre que hablamos de educación emocional nos referimos a los niños. ¿Crees que es tarde para educar las emociones ya cuando somos adultos?
50:08
Begoña Ibarrola. Pues mira, antes se pensaba que sí. Es más, yo me acuerdo que, cuando estaba yo estudiando psicología, un profesor de neurología nos dijo que, a partir de determinada edad, las neuronas morían y ya no teníamos capacidad para aprender. Y yo me acuerdo que le pregunté: «¿Y cómo sé que mis neuronas se están muriendo?». Porque, claro, cuando se te cae el pelo lo ves en el lavabo, ¿no?

“Un ambiente muy estresante no permite que los hijos crezcan felices”

50:29
Teresa. Claro.
50:29
Begoña Ibarrola. Que te peinas y se está cayendo el pelo. Las neuronas no son como el pelo, no se ven. Y entonces me dijo él: «Porque serás incapaz de aprender, porque se te olvidarán todas las cosas». Y yo le dije más o menos así: «¿Y sobre qué edad?». Y me dijo: «Hombre, pues a partir de los 55-60, vamos, ya las neuronas van muriéndose y tal». Entonces, yo que ahora tengo 66 años me río porque yo sigo aprendiendo continuamente todos los días. ¿Gracias a qué? A los descubrimientos de la neurociencia que nos dicen que el cerebro es plástico y que podemos aprender siempre, en todo momento. Porque el cerebro se va regenerando. Las neuronas… Alguna se morirá, pero otras nacen. Se van creando sinapsis y conexiones neuronales a lo largo de toda la vida. Esto, que yo ya en aquel momento lo intuía, pero que a ver, como me lo había dicho un catedrático, pensé que, efectivamente, cuando yo llegara a los 60 años estaría decrépita, sin memoria y sin capacidad para aprender, no es verdad. Por lo tanto, para cambiar y para educar nuestras emociones tenemos que saber o tener dos requisitos.
51:26
Uno es querer. ¿Eh? Voluntad de cambiar. Porque… Yo digo que la puerta del cambio tiene una sola manilla, se abre desde dentro nada más. O sea, si tú quieres cambiar, tú puedes cambiar. ¿Pero qué solemos hacer? Querer que cambien los demás. No, eso no. Yo puedo cambiar y empezar a ser más emocionalmente inteligente. Pero con querer no sirve. Hay que aprender cómo cambiar. O sea, cómo logro cambiar hábitos en mi cerebro. Te voy a poner un ejemplo: Si yo soy una persona muy agresiva en mi estilo de comunicación, puedo decirle a la gente: «Es que yo soy así». Como diciendo: «Pues tú te aguantas, yo es que tengo mi manera de expresarme así». Hay un surco en tu cerebro, metafóricamente hablando, hay unas conexiones que hacen que tu hábito de respuesta y de comunicación sea agresivo. Vale, pero es que se pueden cambiar los hábitos. Ahora, tienes que ser persistente. Y, cada vez que te venga el impulso, decir: me calmo, respiro hondo, contesto en un tono de voz o en ese momento no contesto, contesto después… Hay estrategias y, practicándolas poco a poco, ese surco que, a modo de metáfora, ahora sí, es como unas vías del tren que tú has construido, con lo cual el tren se monta y va por donde está la vía. ¿Qué tienes que hacer? Desmontar esas vías y crear otras. En cuanto creas otro hábito, el tren va a ir por esas vías. Así que: querer y saber. Y, evidentemente, en el saber conlleva el entrenarte. Una vez que sabes cómo y quieres hacerlo, entrénate, entrénate. Dicen que como mínimo, para que un hábito se transforme en otro, necesitamos 28 días cómo mínimo. Para algunos hábitos, tres meses, pero para algunos con 28 días. Pero tienes que ser constante, constante, constante. Y recordarte a ti misma que ya no vas a responder como antes, de forma violenta y agresiva, bueno, pues porque haces daño a los demás o porque los demás a lo mejor se sienten mal contigo, ¿no? Por ese estilo de comunicación. He puesto ese ejemplo.

53:22
Teresa. Sí, sí, sí.
53:23
Begoña Ibarrola. Pero, en cualquier ejemplo de los contenidos que tengan que ver con la inteligencia emocional, los adultos podemos cambiar.
53:27
Teresa. Begoña, otro de los temas que has trabajado mucho es la convivencia. ¿Se puede aprender a convivir? ¿Qué habilidades sociales y personales crees que deberíamos fomentar en los niños para tener una buena convivencia?
Las personas con mentalidad de crecimiento tienen mejor rendimiento académico

Begoña Ibarrola

53:44
Begoña Ibarrola. Bueno, es curioso porque, en el año 1999, Jacques Delors, que estaba en la Comunidad Europea, escribió el libro ‘La educación encierra un tesoro’. Y ahí reunieron expertos de todo el mundo en educación haciendo como una especie de proyección hacia dónde debería ir la educación del futuro, sobre qué pilares se tendría que asentar. Dos de esos pilares son: aprender a ser uno mismo y aprender a convivir. Pero en este orden, eh. Y esto es lo importante, porque yo cuando doy formación siempre digo: «Desde dentro a la periferia. Primero aprendes tú a controlarte a ti y luego aprendes a resolver conflictos con los demás». Entonces, el aprendizaje de la convivencia no solamente es una necesidad, porque somos seres sociales y estamos continuamente conviviendo incluso con personas que no elegimos, que tenemos que convivir, sino que nos hace a nosotros madurar. O sea, los demás son espejos nuestros muchas veces. Decía Jung que «lo que te irrita en ti lo vas a ver en los demás».
54:45
Teresa. Eso es.
54:55
Begoña Ibarrola. Porque los demás, de alguna forma, nos están poniendo a prueba en la vida, en la vida cotidiana, en el día a día. Entonces, yo seleccioné en este libro que escribí, ‘Cuentos para aprender a convivir’, seleccioné dos cuentos que tocaban distintos aspectos que supone una mejora de la convivencia. Y también iba muy dirigido a que los adultos se dieran cuenta de que algunos elementos eran importantes porque en nuestra sociedad como que quedaban olvidados. Por ejemplo, uno de los elementos más importantes es ser amables. Es curioso, pero no se nos educa en ser amables y la amabilidad para mí es un valor muy importante. Esa delicadeza de trato, esa empatía, esa… El tener en cuenta al otro. Eso… Hasta dejar un asiento a una persona. Es decir, son normas que decimos de comportamiento, de educación, de conducta. Pero ser amable no es ser débil. No, no, es ser considerado con los demás. Eso mejora muchísimo la convivencia. Otro de los aspectos que yo toco en este libro es ser empático, porque evidentemente, como hemos hablado antes, si yo me doy cuenta de lo que sienten los demás, lo que… Cómo están los demás y qué necesitan los demás, voy a dar respuesta de forma más eficaz a estas necesidades. Y voy a saber, incluso, fíjate, cómo hacer un buen regalo. Porque, si los niños son empáticos, saben qué necesita su amigo, qué le va a hacer ilusión al amigo, qué le va a gustar al amigo. No hacen el regalo desde ellos, ¿no? Yo tengo, por ejemplo, un ejemplo de un adulto que no es nada empático y que convive muy mal con los demás porque tiene un problema especial. Entonces él cuando viaja, compra algo que le gusta y dice: «Envuélvamelo para regalo». Y sabemos todos los amigos que tiene pues una estantería de su casa llena de regalos que no sabe ni qué es. Cuando llega el cumpleaños de alguien, mete la mano en esa estantería, saca un paquete y se lo da. Y es divertidísimo ver pues que le puede tocar un peine a un calvo, hablando así. O que le puede tocar a una persona una novela negra cuando lo que le gusta es la poesía.
56:44
Begoña Ibarrola. O le puede tocar cualquier cosa. Es decir, tener esa delicadeza de ponerte en el lugar del otro sirve para convivir y que los demás valoren también tu trato. Porque, si los demás se encuentran con que ese regalo no va nada con ellos, dicen: «No ha pensado en mí. Es algo mecánico que le toca regalar algo y sale del paso». Entonces, la empatía es tremendamente importante. Pero también el respetar las normas del grupo. O sea, yo entiendo que cada edad tiene sus normas y que, por ejemplo, los niños a partir de seis, siete años son muy justicieros y no permiten las trampas. Pero eso se tiene que mantener a lo largo de la vida. Es decir, si tú convives, hay unas normas de convivencia. Si tú las respetas, vas a ser más respetado por los demás. Y evidentemente, como decía antes, tú no te puedes saltar un stop porque consideres que no está bien puesto. Tú tienes que aceptar que hay unas normas grupales y que hay un funcionamiento también, ¿no? Pero una de las cosas que más favorece la convivencia también es la capacidad de ayudar a los otros. La capacidad de prestar un servicio, la disponibilidad, ¿no? El acercarte a los demás, incluso prestar tu tiempo o dar tu tiempo. O estar pendientes de sus necesidades. Es curioso porque en la convivencia, por ejemplo, en el aula, son más valorados los alumnos que son más amables, son más delicados, tienen más empatía y están más pendientes de los demás. Entonces, esto es curioso porque al final ejercen de líderes, líderes que no son impuestos, son líderes naturales. Y esto lo que hace es demostrar que la convivencia no es una cosa de uno. Es una cosa grupal. Pero cuando uno destaca en esas capacidades para convivir, resolver conflictos, ser asertivo, los demás se lo valoran.
58:29
Otro elemento importante en la convivencia es la resolución de conflictos. Lo hemos hablado antes también. Conflictos van a surgir. Es que es inevitable. Es inevitable porque, de alguna forma… Pues no todo el mundo tiene ni tus mismas formas de ser, ni tus mismas respuestas, ni tu capacidad para prevenir problemas. Y a veces los conflictos los creas tú sin darte cuenta. Otras veces lo crean los demás y otras veces salen así, espontáneamente, ¿no? Pero hay que tener esa capacidad. En el cuento ‘Cuentos para aprender a convivir’, es el Amazonas. Es un bosque maravilloso donde un niño guaraní se pierde. Se pierde y, entonces, los animales de la selva amazónica, yo elegí los animales que estaban en peligro de extinción, le van dando esta educación en valores, ¿no? Y le van haciendo ver cosas y le van poniendo situaciones en la cual él va aprendiendo que en un ecosistema, pero que da igual el ecosistema, sea una selva o sea el aula, o sea su familia, hay que ser capaz de ceder en muchos momentos y dejar espacio al otro. Y en otros momentos no. Ser asertivo y decir: «Pongo límites, hasta aquí hemos llegado». Aprender a decir que no es un elemento también importante en la convivencia. «No, este favor no te lo hago porque…». «No, no te dejo mi coche porque no me fío de ti». O sea, esa capacidad también de poner límites a los demás mejora muchísimo las relaciones sociales. Sí que es importante tener en cuenta que, si no aprendemos a convivir después de aprender a ser nosotros mismos, vamos a ser dependientes en la convivencia. No va a ser una convivencia… Vamos a decir, fructífera. Vamos a estar con los demás dependiendo de los demás. Y se trata de convivir desde mi autonomía, desde la construcción de mi ser.

1:00:15
Teresa. Has desarrollado tu labor también en la formación para el profesorado. ¿Cuáles serían las urgencias en cuanto a formación del profesorado se refiere?
1:00:25
Es curioso porque yo llevo dando formación a profesores 43 años, pero en estos últimos 22 años, casi de forma exclusiva en Educación emocional. Pero con una característica. Yo me acuerdo que en el año 2004 me llamaron de la Diputación de Guipúzcoa y me dijeron, bueno, había problemas de violencia de… Y dijeron: «Queremos que Guipúzcoa sea una sociedad pacífica, de buena convivencia. Queremos impulsar un entorno emocionalmente inteligente. Vamos a empezar por la educación. Luego seguimos con otros entornos». Y entonces ahí diseñamos con Rafael Bisquerra, gran amigo mío, catedrático de la Universidad de Barcelona. Diseñamos un programa de formación para profesores, estoy hablando del año 2004, que comprendía cuatro módulos. Ahora te explicaré por qué doy estos datos. El primer módulo eran nociones generales: qué son las emociones, cómo funciona el cerebro… Y todo el mundo podía participar a la vez, pero… Y duraba 15 horas ese módulo. Por supuesto, estaba subvencionado por la Diputación de Guipúzcoa y se apuntaba cualquier profesor que quería, de cualquier nivel, hasta universitarios. De cualquier nivel. Pero el segundo módulo eran 60 horas de desarrollo de las competencias emocionales personales y el tercer módulo era el desarrollo de estas competencias emocionales o de la inteligencia emocional en el aula. Luego, el cuarto, aquella persona que quisiera ser educador de educadores en educación emocional, ¿no? Pero el segundo módulo, cuando Goleman vino a San Sebastián a clausurar el programa, que duró cuatro años, nos dijo: «Este es el segundo mejor programa del mundo. Y la clave está en el segundo módulo», dice, «cosa que en la mayoría de los lugares no se realiza». Es decir, el profesorado tiene que trabajarse sus propias competencias emocionales porque nos encontramos muchas veces que, si a ellos les falta autocontrol, ¿cómo van a enseñar a los alumnos a autocontrolarse, no?

1:02:24
Teresa. Y tanto.
1:02:25
Begoña Ibarrola. Si les falta empatía, pues ¿cómo van a enseñar a que los alumnos sean empáticos? Se puede, pero es más difícil. Y muchos profesores venían y nos decían: «¿Me puedo pasar al tercer módulo saltándome el segundo?». Y le decíamos: «No. No, lo siento». Claro, eran 60 horas. Aquello era un proceso personal maravilloso. Y luego ya, en el tercer módulo infantil con infantil, primaria, primaria, secundaria, universitario. Porque las dinámicas y las prácticas en el aula eran totalmente diferentes.
1:02:52
Teresa. Claro.
1:02:53
Begoña Ibarrola. Nada que ver. Entonces, Goleman en la comida habló con nosotros y nos dijo: «Es que nunca los profesores, o sea, casi nunca quieren trabajarse ellos primero». Y estuvimos hablando y dijimos: «Claro, pero pasa una cosa: en los programas de formación de profesores, solamente la Universidad de La Laguna contempla la educación emocional de los profesores y el desarrollo de competencias. Y solamente en Canarias, en la Comunidad de Canarias, existe una asignatura que se llama Educación para las emociones y la creatividad, educación emocional y para la creatividad. Solamente existe una asignatura de libre configuración que, si Madrid elige Robótica y Canarias elige Educación emocional, ya nos está dando pistas. ¿Pero qué sucede? Que los profesores por sí mismos han demandado esta educación. Pero el proceso de formación en el profesorado tenía que incorporar herramientas de educación emocional porque se están encontrando con problemas emocionales en el aula que no saben cómo abordar. Porque si no conocen, por ejemplo, que si un alumno tiene miedo a las matemáticas, y esto es un ejemplo como muy común, ¿no? Cuando un alumno tiene miedo a las matemáticas y está en tercero o en cuarto de primaria, tiene una memoria emocional asociativa. Porque la memoria emocional es de carácter asociativo. En su mente dice: «Matemáticas, fracaso. Matemáticas, suspenso. Matemáticas, dolor, sufrimiento». Entonces, para que un profesor entienda lo que tiene que hacer para que ese alumno separe esas dos… Esos dos conceptos: matemáticas y sufrimiento. Y diga: «Matemáticas, éxito. Matemáticas, aprendo. Matemáticas, apruebo». Tiene que saber cómo hacerlo. Y eso no se enseña en el Magisterio. Les enseñan metodología, les enseñan… Y todos los profesores que a mí, bueno, por lo menos que han recurrido a mí o a Bisquerra o a otras personas que damos formación en este campo, nos dicen: «Es que no sabemos qué hacer. Es que sabemos que hay un alumno con ansiedad y no sabemos cómo abordar. Es que hay ‘bullying’ en mi clase, hay mucha agresividad, mucha violencia». Entonces lo que ven es que, en cuanto trabajan ellos con los alumnos, el clima de aula cambia, aumentan los rendimientos, disminuye la ansiedad, desparecen los partes al jefe de estudios. No hay problemas de conducta. Y dicen: «Es que esto es una maravilla, ¿por qué no hemos aprendido antes?». Bueno, yo creo que hay una exigencia por parte del Ministerio de Educación de considerar en los planes de formación del profesorado el desarrollo de competencias emocionales personales y en el aula. En los dos campos. Esperemos que algún día llegue.
1:05:20
Teresa. Bueno, Begoña, ya para terminar, muy agradecida por esta charla, te quería hacer una última pregunta. Según tu experiencia, ¿cómo te gustaría que fuera la educación, no? ¿Cuál es la escuela que tú sueñas?
1:05:38
Begoña Ibarrola. Es curioso, porque en las cumbres de WISE de la educación, que se celebran todos los años, nos hablan de la escuela del futuro y yo en algunos elementos estoy de acuerdo y comparto. Pero yo realmente sueño con una escuela, primero, inclusiva y que cualquier persona del mundo pueda acceder, ¿no? Accesible a todo el mundo. Viva donde viva, tenga la situación socioeconómica que tenga. Una educación de calidad. Que no digo de cantidad porque confundimos a veces calidad con cantidad. Y no se trata ya en este momento que estamos en este siglo de acumular conocimientos, sino de desarrollar habilidades. Me imagino y sueño con una educación sin asignaturas. Una educación por proyectos, por programas, por tareas donde, por supuesto, los conocimientos estén inmersos y estén relacionados de forma transversal como, ahora mismo, muchas escuelas trabajan en proyectos diferentes. Donde, conocimientos matemáticos, con conocimientos lingüísticos, con conocimientos artísticos, van generando sinergias, porque al final la vida no está compartimentada. La vida es dinámica, fluida, intervienen distintos elementos. También sueño con una educación donde no importe que alumnos de distintas edades estén juntos. Porque yo he visto el poder que tiene el aprendizaje entre iguales y, cuando en algunos colegios, que yo los conozco, trabajan los de ocho años con los de seis, y los de ocho les enseñan a los de seis y los de seis aprenden de los de ocho, es maravilloso. ¿Por qué? Porque el profesor del futuro va a ser un acompañante, un ‘coach’, un entrenador. No va a ser el que va a dar información. Va a facilitar las vías para que el alumno encuentre la información y sea significativa para él y la pueda comparar con su día a día. Por lo tanto, también sueño con una educación muy respetuosa con el entorno. Donde, por ejemplo, se tengan en cuenta los conocimientos que la naturaleza nos aporta. Donde haya menos muros y más interacción con el medio, que puede ser un medio natural o un medio social. El barrio puede aportar muchas informaciones a la escuela. Donde los muros no sean muros, sino que sean membranas permeables como las de nuestras células, donde la gente del barrio pueda entrar, donde los niños puedan salir. Donde haya esta interconexión entre adultos que están formando parte de una comunidad y aprendizaje. Donde no hay esos límites tan rígidos. También sueño con escuelas que estén abiertas las 24 horas. Porque me parece que entramos en una etapa y en un mundo muy fluido, donde la educación ya no se da en el aula. La educación es la vida. El aprendizaje es la vida. Tiene que haber adultos que acompañen ese proceso de aprendizaje y le den unos contenidos pertinentes al alumno, por supuesto. Pero yo entiendo que, en esta educación, y siempre lo he soñado, eh. Como me habéis dejado soñar, pues sueño.
1:08:40
Begoña Ibarrola. A nadie se le podría dar un título de «has terminado la educación obligatoria» sin hacer unos meses de colaboración con una ONG en otro país del mundo. Sin un encuentro con otra cultura, con otra realidad, con otro entorno. Donde puedas ver que tú estás aportando a los demás, pero también recibas de los demás mucha sabiduría y mucho conocimiento en otro entorno, ¿no? O sea, yo no concibo que a alguien le den el título, «ale, ya estás preparado para salir al mundo», sin que conozcan realmente otros mundos, otras realidades. Y hay alumnos que solo conocen su escuela, su colegio, su familia, sus amigos, su barrio. No han tenido una perspectiva más amplia. Estamos abiertos al mundo. Van a tener que trabajar con personas de distintos países, con distintas visiones de la realidad. Los equipos van a ser a distancia muchas veces. Van a tener que viajar. No van a tener un trabajo para toda su vida. Van a tener una media de 20 trabajos, es lo que nos dicen. Por lo tanto, todo lo que favorezca a la educación, esa flexibilidad, esa apertura al mundo. Y, por supuesto, una educación inclusiva, como he dicho antes, pero también respetuosa, igualitaria y muy al alcance de cualquier persona. Donde la falta de recursos tecnológicos no sea un impedimento para acceder al saber. Y donde, desde luego, y esto lo digo porque me da un poquito de miedo hacia dónde vamos: La tecnología no sea la reina del aula, sino que sean las relaciones emocionales, afectivas, la convivencia. Y que el aprender a ser sea desde el corazón, no desde una tablet.
1:10:13
Begoña Ibarrola. Bueno, Begoña. Muchísimas gracias por esta charla. Ha sido un placer estar aquí hoy contigo.
1:10:18
Begoña Ibarrola. Gracias a ti, Teresa. Han sido preguntas muy interesantes y me has permitido pues ahondar en aspectos que yo creo que pueden ser importantes. Muchas gracias a ti también.

Tomado de:https://aprendemosjuntos.elpais.com/especial/las-emociones-son-las-guardianas-del-aprendizaje-begona-ibarrola/

Dan/Sfd

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