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La santidad de Dios
Si reconocemos nuestra condición, confesamos nuestros pecados y confiamos en Cristo y en su sacrificio en nuestro favor, nuestros pecados serán perdonados.
3 de octubre de 2022
La escena del pasaje de hoy nos permite vislumbrar al Único que es digno de la adoración de la humanidad. Él es puro en sus pensamientos, motivos, decisiones y acciones, y su santidad se revela también en su separación de todo mal y transgresión. Dado que Dios no puede tolerar o ignorar el pecado, todo lo malo debe ser castigado y la pena debe ser pagada por el infractor o por un sustituto adecuado. Jesucristo es el sustituto que pagó nuestra deuda. Es más, es el único que puede reconciliar a la humanidad pecadora con Dios.
El Hijo de Dios se hizo hombre, aunque nunca pecó. Entonces, como nos dice 1 Pedro 2.24 (LBLA), Cristo “llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz” para pagar el castigo de la ira divina. Su resurrección es la evidencia de que el Padre celestial aceptó su sacrificio. Todos los que confían en Cristo como su sustituto son reconciliados con Dios, pero quienes rechazan al Salvador deberán soportar el castigo por sus pecados.
Si reconocemos nuestra condición, confesamos nuestros pecados y confiamos en Cristo y en su sacrificio en nuestro favor, nuestros pecados serán perdonados. El Juez de toda la humanidad nos declara inocentes. Es más, también nos acredita la justicia de Cristo. Y algún día nos uniremos a los santos en el cielo alabando a nuestro misericordioso y santo Dios.
Tomado de:https://www.encontacto.org/lea/devocionales-diarios
Dan /Sfd
La adoración celestial
4 Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas. 2 Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. 3 Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda. 4 Y alrededor del trono había veinticuatro tronos; y vi sentados en los tronos a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas. 5 Y del trono salían relámpagos y truenos y voces; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios.
6 Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal; y junto al trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y detrás. 7 El primer ser viviente era semejante a un león; el segundo era semejante a un becerro; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era semejante a un águila volando. 8 Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir. 9 Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, 10 los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: 11 Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas