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Las reacciones ante Cristo
Cristo nos advirtió que así sería (Jn 15.18), pero nunca debemos dejar que las reacciones negativas nos desanimen de compartir el evangelio ni de vivir con rectitud.
El Señor Jesucristo suele ser ignorado, menospreciado y negado por el mundo, pero un día todo ojo verá a Cristo revestido de majestad y poder. Juan 12.41 dice que a Isaías se le dio una visión de la gloria de Cristo, y la lectura de hoy registra la respuesta del profeta. Al ver al Señor sentado en un trono con todo su esplendor, Isaías reconoció la profundidad de su propia condición pecaminosa y exclamó: “¡Ay de mí, que soy muerto!” (Is 6.5).
Pedro tuvo una reacción similar ante Cristo. Cuando el Señor Jesús llenó milagrosamente las redes de pescar hasta rebosar, Pedro se postró ante Él, diciendo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador!” (Lc 5.8). Pero los líderes religiosos de la época respondieron de una manera muy diferente. Cuando oyeron la predicación del Señor y vieron sus señales milagrosas, se enojaron y atribuyeron su poder a Satanás (Lc 11.15).
Como creyentes, somos los embajadores de Cristo en el mundo, y por tanto recibimos diferentes reacciones de la gente. Algunas dan la bienvenida al mensaje que llevamos, mientras que otras reaccionan con renuencia o incluso con hostilidad absoluta. De hecho, Cristo nos advirtió que así sería (Jn 15.18), pero nunca debemos dejar que las reacciones negativas nos desanimen de compartir el evangelio ni de vivir con rectitud.
Tomado de:https://www.encontacto.org/lea/devocionales-diarios
Dan/Sfd
Visión y llamamiento de Isaías
6 En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. 2 Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. 3 Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. 4 Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. 5 Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.
6 Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; 7 y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado. 8 Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. 9 Y dijo: Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. 10 Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad. 11 Y yo dije: ¿Hasta cuándo, Señor? Y respondió él: Hasta que las ciudades estén asoladas y sin morador, y no haya hombre en las casas, y la tierra esté hecha un desierto; 12 hasta que Jehová haya echado lejos a los hombres, y multiplicado los lugares abandonados en medio de la tierra. 13 Y si quedare aún en ella la décima parte, esta volverá a ser destruida; pero como el roble y la encina, que al ser cortados aún queda el tronco, así será el tronco, la simiente santa.