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MEDITACIÓN DIARIA

Después de la muerte, ¿qué?

¿Qué sucede justo después de la muerte de un creyente?

21 de octubre de 2022

2 Corintios 5.1-9

¿Qué sucede justo después de la muerte de un creyente? ¿Entra el alma en el cielo al instante, va a dormir hasta la resurrección, o sufre por causa de sus pecados antes de venir a la presencia de Dios?

Al escribir a los tesalonicenses, el apóstol Pablo se refirió a los muertos como dormidos (1 Ts 4.14), lo que algunos interpretan como un estado de “animación suspendida” hasta la resurrección. Sin embargo, Jesús le dijo al ladrón en la cruz que estarían juntos en el paraíso ese mismo día (Lc 23.43).

Otros piensan que antes de ir al cielo se requiere una limpieza adicional a través del castigo. Pero la Biblia es clara, el Señor Jesús pagó el precio por todos los pecados. Su obra de expiación se consumó en la cruz (1 P 3.18). Quienes han recibido al Señor como Salvador pasan de inmediato de la vida en este mundo a la vida en el cielo.

Es triste pensar que las personas que mueren sin el Señor Jesús sufran por la eternidad (Lc 16.22, 23). Puesto que creer en el Señor Jesucristo es el único camino al cielo, el lago de fuego será su destino final (Ap 20.11-15). Esta es una verdad dura, pero el conocerla nos anima a confrontar a nuestros seres queridos que no están caminando con el Señor, y nos capacita para orar por ellos y testificarles de Cristo.

Tomado:https://www.encontacto.org/lea/devocionales-diarios

Dan/Sfd

Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu.

Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor. Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables.

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