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Deje que el Espíritu Santo controle su mente
La vida llena del Espíritu comienza con el regalo del Espíritu Santo a toda persona que recibe a Cristo como Salvador.
La manera en que pensamos determina cómo nos comportaremos; por dicha razón, debemos aprender a pensar en cuanto a nosotros mismos de la manera en que Dios lo hace: como nuevas criaturas que ya no estamos bajo el dominio del pecado. Podemos ser “más que vencedores” a pesar de nuestros pecados del pasado (Ro 8.37).
Debemos reconocer las mentiras del enemigo y contraatacar con la verdad de Dios, que declara que el Espíritu de Cristo es mayor que Satanás (1 Jn 4.4). Debemos enfocar nuestra mente en lo que importa espiritualmente (Fil 4.8), y así aprenderemos a distinguir entre lo que nos conviene como creyentes y lo que no. Por último, debemos elegir lo bueno y rechazar lo malo. Cuanto más tiempo seamos guiados por el Espíritu Santo, más sensibles nos volveremos a sus advertencias. Y además, estaremos mejor preparados para ganar la batalla en defensa de nuestra mente.
La vida llena del Espíritu comienza con el regalo del Espíritu Santo a toda persona que recibe a Cristo como Salvador. Cuando decidimos ponernos bajo el control del Espíritu, su poder divino se libera en nuestra vida. Por ello, ser diligente es necesario para resistir la tentación y mantenernos entregados a Dios. Por tanto, cambie su “mente independiente” y experimente las victorias de quienes tienen la llenura del Espíritu.
Tomado de:https://www.encontacto.org/lea/devocionales-diarios
Dan/Sfd
Parábola del hijo pródigo
11 También dijo: Un hombre tenía dos hijos; 12 y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. 13 No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. 14 Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. 15 Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. 16 Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. 17 Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! 18 Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19 Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.