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La transformación del creyente
A lo largo de nuestra vida, Dios nos está conformando a la semejanza de su Hijo.
La metamorfosis de una oruga es asombrosa. Desaparece en una crisálida creada de su propio cuerpo, y en poco tiempo emerge una delicada y hermosa mariposa.
Nuestro cambio en el momento de la salvación es aún más radical y milagroso. De un corazón depravado, pecaminoso y dirigido a la muerte, Dios hace surgir una criatura nueva: una que ha sido perdonada y justificada, en la que reside su Santo Espíritu.
Pero si hemos sido transformados milagrosamente después de poner nuestra fe en Cristo como Salvador, ¿por qué seguimos luchando con el pecado? La respuesta es que, aunque ahora tenemos una nueva naturaleza “[creada] según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4.24), seguimos estando en cuerpos carnales sujetos al pecado. Mientras estemos en este mundo, habrá una batalla continua entre el Espíritu y la carne.
A lo largo de nuestra vida, Dios nos está conformando a la semejanza de su Hijo. Su Espíritu que mora en nosotros nos ayuda a combatir el pecado y nos enseña a vivir con rectitud. Este proceso, llamado santificación, durará hasta que seamos llamados a nuestro hogar en el cielo. Felizmente, a medida que nos rindamos al Espíritu, nuestra conducta y nuestros pensamientos también se transformarán.
Tomado de:https://www.encontacto.org/lea/devocionales-diarios
14 Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; 15 y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
16 De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. 17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. 18 Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; 19 que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. 20 Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. 21 Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
Dan/Sfd