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La gracia en evidencia
La vida del apóstol Pablo es un ejemplo de Dios ocupándose de pecadores y transformándolos. El Espíritu Santo busca hacer lo mismo con usted y conmigo.
Pablo se describió a sí mismo como el peor de los pecadores y como alguien a quien el Señor había expresado su favor y su amor (1 Ti 1.16). ¿Cómo pudo ser eso cierto? Ese es el poder de la gracia de Dios: a pesar de ser pecadores, cobramos vida espiritual y recibimos un nuevo propósito.
Después de que Pablo conoció al Salvador, se preocupó en gran manera por los que aún no conocían a Dios, por tanto, deseó ayudar a los cristianos a crecer en su fe. Durante el resto de su vida, compartió el evangelio, animó a otros creyentes y atendió las necesidades de los demás. Actuó como embajador de Dios ante los gentiles, y sus cartas se convirtieron en sabiduría bíblica para las generaciones futuras.
A través de la obra transformadora del Espíritu Santo, Pablo comenzó a mostrar cada vez más cualidades semejantes a las de Cristo. En sus escritos vemos compasión, una gran humildad y agradecimiento por las bendiciones de Dios. Solo la gracia de Dios pudo permitir que un hombre instruido e influyente considerara todas sus credenciales como “pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Fil 3.8).
La vida de Pablo es un ejemplo de Dios ocupándose de pecadores y transformándolos. El Espíritu Santo busca hacer lo mismo con usted y conmigo. ¿Está usted permitiendo que el favor y el amor de Dios actúen en usted?
Tomado de:https://www.encontacto.org/lea/devocionales-diarios
El ministerio de Pablo
12 Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio, 13 habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. 14 Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús. 15 Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. 16 Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna. 17 Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Dan/Sfd