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MEDITACIÓN DIARIA

La esperanza: El ancla del alma

Si se siente abatido por una tormenta inesperada, recuerde que las promesas de Dios nunca fallan.

Hebreos 6.9-20

Los propósitos y las promesas de Dios son inmutables. Lo cual es difícil de imaginar porque vivimos en un mundo que está en cambio constante. No parece haber mucho con lo que podamos contar para estabilizar nuestras vidas. Podemos perder el trabajo, los seres queridos pueden morir, a veces los planes deben modificarse y los sueños a menudo se frustran. Sin embargo, nuestras almas tienen un ancla que se mantiene firme sin importar cuántas tormentas experimentemos.

Un ancla de navegación hace su trabajo de estabilizar un barco en las profundidades ocultas de las aguas. Y así es como a veces nos parecen las promesas de Dios: ocultas a nuestra vista y lejanas. Pero a medida que las olas de las circunstancias se agitan a nuestro alrededor, nuestra ancla de esperanza se mantiene firme. No se nos ha prometido una vida terrenal fácil, libre de problemas y sufrimientos, pero la esperanza eterna de nuestras almas es firme y segura.

La razón por la que nos cuesta tanto trabajo recordar nuestra ancla de esperanza es porque nuestras vidas están sobre la cubierta, donde arrecian las tormentas. Para recuperar nuestra esperanza, debemos escudriñar con regularidad las profundidades de la Palabra de Dios para recordar las promesas eternas que no pueden fallar.

Tomado de:https://www.encontacto.org/lea/devocionales-diarios

Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así. 10 Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún. 11 Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza, 12 a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.

13 Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo, 14 diciendo: De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente. 15 Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa. 16 Porque los hombres ciertamente juran por uno mayor que ellos, y para ellos el fin de toda controversia es el juramento para confirmación. 17 Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; 18 para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. 19 La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, 20 donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.

Dan/Sfd

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