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Concurso de poesía
Por Jenny Matos
Santo Domingo, 10 05 2023
Tenía diez años, cuando empezó aquel concurso de poesía. G, como la haré llamar, soñaba tanto con ganar, que me pidió ayuda en la confección de su trabajo, para quedar en el segundo lugar. Estaba convencida que yo no tenía contrincantes. Esa tarde de la composición en su casa, estaba tan alegre con aquella hoja de papel, pintarrajeada con algunos versos, que me maravillaba de su infantil alegría.
Llegó el día del poeta y al verla con la mirada llena de sueños, salí un momento a realizar algo que me apremiaba. G ganó en primer lugar aquella mañana del 21 de marzo, yo no había calificado. Ya en la hora del recreo, mientras masticaba un trozo de caña de azúcar, la profesora Glenis Duval, profesora de lengua española, me inquirió con fuerza.
— ¿Por qué lo hiciste?
— ¿De qué me habla profesora?
— La dejaste ganar, cuando saliste, cambiaste tu trabajo por esa porquería que recitaste. ¿A quién vas a engañar? ¿A qué sabe perder por otros?
Duval conocía mis “disparates”, me encogí de hombros y le dile: —Ganar ya, es comer un bagazo de caña masticado, que no tiene el juguito del azúcar. Nos reímos ambas hasta la saciedad.
Estoy orando, para seguir mordiendo caña y no morder a otros, como a veces, hacemos los cristianos. Al final, es un juguito que no tiene azúcar. La mejor poesía no compite con nada ni con nadie. Los versos solo tienen sentido, para aquellos que Dios les concedió el arte de sacar belleza del llanto y de la risa y composiciones extraordinarias de la adversidad, y dejar a veces, que otros ganen la partida.
¿Dónde encuentro caña de azúcar?
Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros. Gálatas 5:15.
Dan/Sfd