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La espera vale la pena
El llamamiento de Dios a tener paciencia, aunque difícil, trae grandes recompensas.
Hoy en día somos bastante impacientes. Si usted no está de acuerdo con esto, solo piense en la última vez que calentó una comida en el microondas. ¿Esperó tranquilamente durante esos pocos minutos, o se quedó allí atento al sonido de la alarma del microondas?
No es de extrañar que la Biblia incluya tantos ejemplos de paciencia piadosa. Una y otra vez, el Padre celestial hizo promesas a sus hijos, solo para hacerles esperar años, a veces décadas, para que ellas se cumplieran. Sin embargo, el resultado de esa paciencia siempre fue una bendición.
Piense en cuánto tiempo esperó Simeón para ver a Cristo, para sostener al niño Jesús en sus brazos y profetizar sobre Él. Durante muchas décadas veló, aferrándose con firmeza a la promesa de que no moriría antes de ver al Salvador (Lc 2.26). Imagínese lo que fue esperar día tras día una bendición tan asombrosa. A algunas personas les habría resultado difícil seguir creyendo en la promesa, pero Simeón no vaciló. Y su recompensa fue realmente grande.
Los atajos rara vez nos llevan a donde Dios quiere que estemos. El camino largo, sin embargo, ha sido tomado por innumerables siervos fieles. Así que, si usted está esperando al Señor hoy, anímese porque no es el único.
Biblia en un año: 2 Crónicas 21-23
Presentación de Jesús en el templo
21 Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre JESÚS, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuese concebido.
22 Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor 23 (como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz será llamado santo al Señor), 24 y para ofrecer conforme a lo que se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas, o dos palominos. 25 Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. 26 Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. 27 Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, 28 él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo:
29 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz,
Conforme a tu palabra;
30 Porque han visto mis ojos tu salvación,
31 La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;
32 Luz para revelación a los gentiles,
Y gloria de tu pueblo Israel.
33 Y José y su madre estaban maravillados de todo lo que se decía de él. 34 Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, este está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha 35 (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones.