Cuando la justicia vence el derecho.
Lo de Acontinuación es un fragmento del libro “Persona y Actitud” de la autoría del Dr. Darío Nin
La justicia de mi país contó en un momento determinado, con un juez que era sinónimo de rudeza, o arbitrariedad. Se decía que no juzgaba, sino, que aplicaba penas. Me inspiró para escribir un artículo que titulé “Que juzguen las computadoras”.
Fue tanta la fama de este magistrado, que un artista del genero salsa gritaba su nombre en sus grabaciones y después le acompañaba de “20”, en alegórica mención de los años que le esperan al que caía en sus manos sobre todo por consumo o venta de estupefacientes.
Fui actor principal de la detención de un joven en una barriada de la ciudad. Requisamos su vivienda a raíz que “un agente encubierto” haber asegurado que él le había suministrado en venta una porción de cocaína.
El resultado de la requisa fue negativo. No se encontró nada comprometedor y así en mi condición de representante de la sociedad lo hice constar.
No obstante, el joven fue detenido para fines de investigación ya que se aseguraba que momentos antes había hecho la transacción que le he narrado.
Más adelante, en tiempo y espacio, hicimos otra requisa; un grupo de mozalbete estaba en la segunda planta de una casa al fondo de un gran solar. Al vernos llegar, emprendieron la huida dejando allí más de ochenta porciones de una sustancia que se presumía hasta prueba en laboratorio ser cocaína (“crack”)
Levante un acta dando cuenta del hallazgo, pero no reportando detención alguna por ese hecho, ya que, todos los que se encontraban en el lugar se dieron a la fuga.
Ya les conté que en un cambio de titular me habían mandado a buscar para dirigir un Departamento, fue en esos tiempos. El joven que habíamos detenido para fines de investigación quedo a cargo de otros representantes del ministerio público que prestaban igual servicio.
Un tiempo considerable despues, alguien me visita a mi oficina una diminuta señora con apariencia de tristeza y lleva algo en su mano, dentro de una pequeña bolsa de papel color marrón.
De forma muy discreta y casi a mi oído, me comunica que lo que lleva en la bolsa es para mi día; él que perdería yendo a la audiencia de su hijo.
Le interrumpo y le digo que me explique una cosa y la otra. Me indica que la bolsa contiene los pesos que había podido reunir para que yo compense el día que no trabajaría para que acuda a la audiencia de su hijo que sería juzgado por el juez que, al inicio, le referí.
Pidiéndole que retenga en sus manos lo que pretendía darme, que me aclarara quien era su hijo y por qué razón yo tenía que acudir a esa audiencia.
Me contó que su hijo era aquel joven que meses atrás, yo había detenido y me explica la circunstancia de la detención.
Concluida su narración, le recordé que a su hijo en la requisa que había hecho, no se le encontró nada comprometedor y si se detuvo fue para fines de investigación; lo que significaba que un plazo no mayor de cuarenta y ocho horas debía como era costumbre, ponerse en libertad.
Me responde la señora que las cosas no se dieron así, que a su hijo se le sometió por posesión de muchas porciones de droga.
Al investigar lo que me exponía, me di cuenta que por razones que no estuvieron muy claras, a este joven se le había sometido con la sustancia que más adelante habíamos encontrado.
Todo el relato se resume en que la señora, madre del joven pretendía que yo vaya como fiscal actuante a testiguar la verdad de los hechos que mantenían a su hijo en prisión.
Pero había un problema, la causa estaba muy cerca y como funcionario del Ministerio Público que era, para acudir a esa audiencia debía ser citado por via de la procuraduría General de la República y eso llevaba un tiempo, Tiempo que no había pues apenas faltaban un par de días para esa audiencia. Era imposible que se cumpliera con el plazo de la citación pues era mucho más que el que faltaba para la celebración de la audiencia.
Llegó el día del juicio y el suscrito no estaba citado como era de esperarse por lo que le expliqué. No obstante, acudí a la sala de audiencia y cuando llamaron al procesado, yo me puse en pie y pedí permiso al juez para intervenir. Le expliqué quién era, que era un funcionario activo de la fiscalía y que no hubo tiempo para citarme por la vía, pero que yo deseaba declarar en el caso de que se trata.
Me pregunta que cuál es mi interés y le dije que yo había sido el fiscal que había hecho el allanamiento en donde el joven había sido detenido y que daba fe que en esa requisa no se encontró nada comprometedor, tambien le expliqué con lujos de detalles donde se había conseguido las porciones con las cuales se le imputaba.
Aclaré que la única razón que me obligaba a presentarme a la audiencia en esas condiciones, era mi conciencia, pues, me gritaría toda la vida si permitía que él le juzgara y condenara con los argumentos trastocados con los que se conformó el expediente.
La conclusión final es que el Juez descargo al imputado. Si hubiese esperado la citación muy probablemente ese joven por lo menos inocente del hecho que se le imputó, habría recibido un mínimo de 20 años de prisión lo que le habría desgraciado la mejor parte de su vida. Su plena juventud.
Debí esperar legamente los plazos de la citación eso dice el derecho, eso dice la ley y su procedimiento, pero la justicia me imponía acudir a aquella audiencia, porque de lo contrario el juez conciencia me juzgaría y me condenaría a toda una vida de reclamos con vehemencia.
Nos volveremos a ver en el camino. Hasta la próxima. Bendiciones…