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LA FÁBULA DE LA HORMIGA SANSONA.

En un lugar muy apartado donde había un plantío de lechugas, vivía una hormiga madre llamada Sansona con sus doce vástagos. Poseía grandes músculos y levantaba más libras de una hormiga normal (hasta cien veces su tamaño en peso).
Se acercaba el crudo invierno y todos los insectos se atiborraban de provisiones, ya que se auguraba que sería uno de los peores en décadas.

Entre tanto, una mosca afanosa arrastraba una baya hasta su guarida, la hormiga Sansona empáticamente levantó la fruta con todo y bicho, colocándolo en la entrada de su escondrijo y la mosca le dijo: —¡WoW!—. Estoy tan maravillada con tu amabilidad, gracias querida hormiga, profirió la mosca agradecida.

—De nada, mosca hermosa—. Me gusta servir, cuando quieras ven a mí y levantaré hasta las montañas por ti. Contestó la hormiga feliz. Se extendió por todo el huerto la fama de que había una hormiga heroína entre ellas, así que todos empezaron a llegar en tropel. Mientras la hormiga corría en todas direcciones cargando provisiones para todas las familias de insectos. Los hijos de la hormiga contemplaban de lejos y siempre gritaban:—¡Mamá, ven para acá, nosotros te necesitamos, ya está haciendo frío y en la cocina todo está vacío—.

—¡Esperen hijos, esperen!, soy la heroína del plantío, ustedes son un lío, ¿No comprenden mi misión?—. ¡José!, eres el hermano mayor, encárgate de los niños.

Todos le aplaudían, se hicieron varios reportajes periodísticos de ella, salió en portadas de revistas y en la TV. No había leña para la chimenea en casa de la hormiga, las provisiones se habían agotado y no se había comprado ropa de invierno. Todos estaban preparados excepto Sansona. Los hijos se sentían solos y con ojos llenos de miedo, porque estaba oscuro, sin aceite en la lámpara. Salían a jugar afuera en las noches con poca ropa, el hermano mayor les consentía todo, con tal de que se olvidasen de la hambruna que estaban pasando. Se vieron en varias ocasiones a ser devorados por un oso hormiguero que merodeaba el nicho.

Los hijos de la hormiga pasaron a un segundo plano en su vida, priorizando las misiones. Llegó el invierno con sus vientos gélidos, con nevadas como nunca se había visto. Todos abarrotados de todo tipo de viandas y provisiones le dieron las gracias a la hormiga fortachona y se encerraron en sus guaridas.

La hormiga recordó a sus críos, pero la nevada había empezado y los vientos le impedían avanzar. Cuando por fin llegó a la entrada de su madriguera sus hijos estaban congelados y de los 12 sólo quedaba vivo José. Su retoño moribundo con las pestañas llenas de nieve le dijo a su madre:—Lo siento mamá, no tuve la capacidad de cuidar a tus hijos—.Tenías mucho trabajo ayudando a otros y a tu familia descuidaste. Mientras salvabas al mundo nosotros estábamos muriendo de hambre y soledad. Tus hijos te amamos mucho en vida, te felicito por haber sido “la madre de multitudes” que fuiste, a pesar de que aquí éramos una tribu de huérfanos. En el buró te dejé una carta que hice para ti, en caso de que no pudiese volver a verte, hizo su último suspiro y murió en los brazos de su madre. Con manos trémulas entre un gimoteo ininteligible abrió el pergamino donde José narraba las peripecias de los hijos que son descuidados.

La hormiga arrugó violentamente el papel, apretándolo contra su pecho y lloró amargamente. —¡Perdón!, lo siento tanto hijo, ¡perdónameeeee!—. He quedado destrozada, pretendía que todos me quisiesen y me olvidé de los que en realidad me amaban. Desesperada, había perdido toda su fuerza y vitalidad. Los músculos se había atrofiado por el exceso de trabajo, su mundo se había hecho trizas. Cayó abruces abrazando a los hijos muertos, sintiendo un gran dolor en sus entrañas. Envuelta en una congoja inusitada, arrepentida de la vida que había vivido.

Moraleja: Mujer, de nada sirve ser madre de multitudes si los tuyos están abandonados. Dios quiere que seamos solícitos con los demás y que hagamos la obra, pero sin olvidar nuestra propia casa. Debemos Revisar el peso que estamos levantando, lleva los cargados y trabajados a Dios y no olvidarnos tu familia. (Jenny Matos, Derechos Reservados, RD)

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