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El lobo que llevamos dentro.
Por Darío Nin
Santo Domingo, 24 de abril 2024.
No hay nada absolutamente bueno, que no tenga algo malo. Ni nada absolutamente malo, que no tenga algo bueno. A propósito de un pequeño incidente que proviniendo de cualquier otro pasaría desapercibido, pero en mi caso no.
La frase anterior la complemento con la fábula de los dos lobos. Aquella en donde un niño en formación para monje comenta con su maestro lo siguiente: “maestro siento que en mi subsisten dos naturalezas, es como si yo, por dentro tuviera dos lobos; uno bueno y uno malo y entre ellos luchan constantemente.
Ante ese reporte de sus emociones o sentimientos interior, el maestro le contesta: A sí es, tienes dos lobos dentro de ti. Agregando: es parte de tu naturaleza. Uno lucha por el bien el otro por el mal. Tienen las mismas fuerzas e instintos y están como te dije enfrascados en lucha a muerte constantemente.
El joven lleno de incertidumbre y temor ante la respuesta, porque él apuntaba a hacer siempre lo bueno y lo correcto, hizo una última pregunta: Entonces maestro, en esa eterna lucha entre esos dos lobos, ¿cuál vencerá? La respuesta del maestro fue contundente. Vencerá el que tú alimentes más.
Así es, de tus lobos interiores vencerá aquel a al cual más alimentes, pero en el camino a ser vencido el lobo sigue vivo y de vez en cuando hace un gruñido que hasta a ti mismo te asusta.
Todo esto, a propósito de un pequeño incidente en el que acabo de verme envuelto. En la noche anterior a la mañana en el que escribo lo que ahora lees, asistí a una conferencia sobre las IA . A la verdad, interesante para todos, aunque para unos más que para otros, pues muchos ya poseíamos gran parte de la información expuesta y eso quizá, nos lleva a solicitar una participación en la ponencia para aclarar, preguntar o aportar. En estos tiempos, más que nunca, nadie es dueño absoluto de la verdad.
De hecho “y sin querer quitar el micrófono al artista”, durante esos entremés entre tema y tema o en la etapa de argumentación abierta conforme a la forma de exposición; yo, como lo hicieron tantos otros, hice un aporte que sentí que el expositor valoró significativamente.
Sin embargo, al abrirse la sesión de preguntas levanté la mano y el moderador a quien estimo sobremanera, empezó a contar los turnos. Entendí que en ese conteo estaba incluido el turno mío, pero terminó la ronda y éste no llegó.
Como un adendum anuncia que abrirá una segunda ronda condicionada para dos muy breves preguntas. A lo que otra de mis compañeras, a la cual, más que cariño, le tengo admiración, hace la sugerencia que la participación se refundiera en una o se formularen juntas para que el facilitador diera una respuesta común
Sobre esto entendí que me limitaban o discriminaba cuando a los participantes anteriores no se le impuso condición alguna.
Real o no, sentí “soslayamiento” hacia mi participación, por buscar un término y no emplear ahora, (aunque en el momento lo hice) discriminación. Y no sólo lo noté yo; muy cercano a mi, había un invitado que viendo mi insistencia con la mano y la ignorancia o la preferencia intencional o no a otros, reaccionaba como quien siente vergüenza ajena, o por lo menos, sentí que empatizaba con mi causa.
Frente a esa sensación, abruptamente, me puse de pie con la intención, de por encima del moderador, formular mi inquietud al mismo tiempo que expresaba” aquí jugamos todos o rompe la baraja” pero, al ponerme de pie, las cadenas invisibles con la que he amarrado el lobo de la ira y las abruptas emociones, me dio un estirón, que no me permitió avanzar, pero me hizo rechazar “acitudinalmente” la propuesta con el condicionamiento de mi participación.
Un arrebato que a mí no me luce, sobre todo porque mi norte es el control de las emociones. ¿Y qué pasó entonces?
Que efectivamente la controlé. No significa que la ira o los arrebatos no surja, estamos vivos…, y con ellas dentro. Lo que pasa es que las tenemos amarradas y de vez en cuando hacen aspaviento como para mandar el mensaje, caray…, “de que ni tanto que queme al santo, ni tanto que no le dé luz”.
Pero como cristiano, como amigo, como hermano, pido perdón a todo los que se han sentido ofendidos, aun más , defraudados con mi gesto o actitud, sobre todo, a los cercanos que lo vieron y quienes me han profesado cariño y respeto.
A ellos y a todos los que no se sintieron bien con mi actitud. A estos pido perdón, Esto que ahora leen, es una manifestación de mi petición de perdón, pero, aunque no sea una justificación, le recuerdo que si defiendo y reclamo por los derechos ajenos no podría hacer menos con los propios, aunque como humano y por un momento, haya hecho uso de una acción inadecuada que nos hace recordar que aún el lobo está dentro, que aunque sea malo, tiene algo bueno, como cuando se activa ante lo que entiende es una injusticia. Es como si exhibiera “con justa causa” el pequeño lado bueno en una naturaleza mala.
Nos volveremos a ver en el camino. Hasta la próxima. Que Dios nos continúe bendiciendo.
Dan/Sfd