El hombre que nunca cruzó la calle: Un Cuento para una realidad.

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El hombre que nunca cruzó la calle: Un Cuento para una realidad.

Inspiración despertada por José Orlando Cruz Martínez (Un emprendedor que insta a romper barreras)

Por Darío Nin (idea) Colaboración en redacción Gpt.

Ricardo vivía en una ciudad vibrante, llena de vida y posibilidades. Cada mañana, al despertar, podía escuchar el bullicio de la calle: coches que pasaban rápidamente, gente charlando mientras caminaba hacia sus destinos, el ruido constante de la vida diaria. A pesar de ser un hombre inteligente, emprendedor y lleno de sueños, había algo que lo mantenía atrapado en su lugar: su miedo a lo que no conocía.

Cada día, Ricardo miraba desde su ventana a los demás cruzar la calle, dirigirse a sus trabajos, a sus citas, a sus aventuras. Él los observaba, seguro de que algo podría salir mal si tomaba el mismo paso. “¿Y si algo malo sucede al cruzar? ¿Y si no es el momento adecuado?”, pensaba constantemente. Sus amigos le decían que no fuera tan cauteloso, que todo en la vida tiene un riesgo y que a veces hay que dar un salto de fe.

Sin embargo, Ricardo prefería quedarse en el lado seguro, en su zona de confort. Tenía todo lo que necesitaba: una casa, un trabajo estable, una rutina que lo mantenía a salvo. Pero, a veces, en sus momentos de soledad, se sentía como si estuviera viviendo a medias, como si el verdadero mundo estuviera al otro lado de esa calle.

Los días pasaban, y su temor seguía ahí, inmóvil. Cada vez que se acercaba al borde de la acera, sentía una presión en su pecho. En su mente, las posibles tragedias se acumulaban: un coche podría frenar bruscamente, una persona podría empujarlo mientras pasaba, podría tropezar y caer. Todas esas posibilidades, aunque improbables, eran suficientes para mantenerlo en su lugar. Así que, al final del día, siempre regresaba a su casa sin haber cruzado.

Un día, su amiga Clara, que vivía en el mismo edificio, lo invitó a un evento social al otro lado de la calle. “Será algo relajado, Ricardo. Unas cervezas, buena música, y un par de amigos. ¡Vas a disfrutarlo!”, le dijo con entusiasmo. Ricardo, que había sido invitado varias veces a eventos similares, aceptó la invitación, pero un nudo de ansiedad comenzó a formarse en su estómago.

El evento no estaba lejos, solo al otro lado de la calle. Sin embargo, esa pequeña franja de asfalto parecía un océano gigante para Ricardo. Estaba seguro de que si cruzaba la calle, algo podría salir mal, y luego tendría que vivir con las consecuencias. Pensó en los miles de imprevistos que podrían suceder: el tráfico, la multitud, el simple acto de cruzar.

Clara, al ver su indecisión, le dijo con tono amigable:

– “Ricardo, ¿qué te pasa? No es tan complicado. Solo tienes que cruzar. Ya ves cómo lo hacen todos los días las demás personas.”

– “Es que… no sé. Siento que no es el momento adecuado. Puede que no llegue a tiempo. No quiero que me pase algo inesperado.”

Clara lo miró fijamente, reconociendo la preocupación en sus ojos. No era la primera vez que veía ese miedo en él. Sabía que Ricardo había estado postergando su vida, eligiendo la seguridad y la previsibilidad por encima de cualquier otra cosa. Entonces, con una sonrisa, le dijo:

– “Ricardo, mira, nadie sabe lo que va a pasar después de cruzar, pero te aseguro que si no lo haces, nunca sabrás lo que te espera. La vida está del otro lado de la calle. Estás tan cerca, solo tienes que dar el paso.”

Ricardo la miró, sintiendo la verdad en sus palabras. Había estado dejando que el miedo controlara su vida durante tanto tiempo. Todos esos años mirando desde su ventana, buscando la seguridad en lo predecible, cuando lo que realmente deseaba era vivir plenamente. Se dio cuenta de que si no cruzaba la calle, si no se atrevía a enfrentarse a lo desconocido, seguiría atrapado en su misma rutina.

Finalmente, Ricardo decidió que ese sería el día. Respiró hondo y dio el primer paso hacia la acera. Su cuerpo temblaba de ansiedad, pero siguió adelante. Mientras cruzaba, se dio cuenta de que, en realidad, el proceso no era tan aterrador como lo había imaginado. Los coches pasaban a su alrededor, las personas caminaban sin problemas, y él, al final, llegó al otro lado sin incidentes.

Al llegar al evento, fue recibido con abrazos y sonrisas. Se dio cuenta de que ese pequeño paso, el de cruzar la calle, había significado mucho más que simplemente atravesar una franja de asfalto. Era el comienzo de una nueva forma de vivir: una en la que el miedo ya no lo dominaba, una en la que se atrevía a dar pasos hacia lo incierto y, por fin, a dejar atrás las excusas.

La noche transcurrió entre risas, charlas y música. Ricardo se sintió más vivo que nunca. Al regresar a casa, reflexionó sobre lo que había sucedido: había cruzado la calle, y eso le había mostrado algo fundamental. La vida, con todo lo incierto que puede ser, se encuentra del otro lado de esos miedos, esperando a que nos atrevamos a dar el primer paso.

A partir de ese momento, Ricardo dejó de observar la vida desde su ventana. Cada día cruzaba la calle, y con cada paso, se acercaba más a la vida que siempre había soñado, una vida en la que no existían los “y si…” y los “no puedo”. Solo existía el ahora, el momento en que se atrevía a cruzar y descubrir lo que le esperaba.

Este cuento trata sobre cómo el miedo a lo incierto puede detenernos en nuestra vida cotidiana. A través de Ricardo, vemos cómo las excusas y los miedos irracionales pueden impedirnos experimentar la vida plenamente, pero también cómo, al enfrentarlos, descubrimos un mundo de posibilidades.

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