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Oratoria en el Liderazgo Nacional

Por Darío Nin

Tema desarrollado en la cumbre Internacional de la Voz y el  Noveno aniversario de la Agencia de Prensa Mundial (APM). Biblioteca Pedro Henríquez Ureña, auditorio Profesor Juan Bosch.

En el evangelio de Juan capítulo 1 versículo 1, encontramos  la afirmación siguiente:   “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” y nos dice el versículo 14  Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad…

El verbo antecedió  a la carne, al cuerpo físico, el poder de la palabra antecede toda otra realidad material y en la realidad material, solo la idea y el pensamiento crítico debe anteceder la palabra.

Cuando la palabra es articulada  utilizando los instrumentos naturales de la fonía  se convierte en voz, voz  que tiene como destino a un receptor que ha  de procesarla para entenderla y actuar en consecuencia.

Así como el café tiñe el agua, la lengua tiñe la palabra y la convierte en dulce o amarga, en bendición o maldición, en conflicto o resolución, en educación liberadora  o sumisión esclavizadora.

Aquí, me tomo la libertad de recrear una fábula con mas de 600 años anterior a la división del tiempo en el  antes y el después… el gran DC

La fábula enunciada la han llamado por milenios  como “La lengua y sus  usos”

Se atribuye a  Esopo, de quien se dice que fue un  esclavo sabio, y según la misma fábula en la versión que recreo recibió el  encargo de   parte de su amo, de ir al mercado a  comprar lo mejor que encontrara  para agasajar con una gran cena  a unos invitados importantes.

Esopo regresó  del mercado con lenguas y la preparó de varias formas deliciosas. Los invitados comieron satisfechos, sorprendidos por lo sabroso de la comida.

Cuando quedaron a  solas, el amo le preguntó al esclavo qué era aquello tan delicioso. Y él respondió:  “fue lengua mi amo:—Me pediste lo mejor, y eso es lo que traje: lengua. La lengua es el fundamento de la filosofía y las ciencias, el órgano de la verdad y la razón. Con la lengua se instruye, se construyen ciudades y civilizaciones. Con la lengua se persuade, se dialoga, se canta, se ora y se expresa el amor y la paz. Y bien condimentada, hoy ha sido una comida elogiada por todos. ¿Qué puede haber mejor que la lengua entonces?

Nos cuenta la misma “historia” que pocos días después, el amo, le dio otro encargo a su esclavo, esta vez con el fin de desagradar a unos visitantes no deseados. Quería darles una comida desagradable para expresar su disgusto. Y le encargo esta vez que  trajera lo  peor que encontrase en el mercado.

El esclavo, una vez más, fue al mercado  y  regresó con lengua, pero esta vez la preparó de manera tan desagradable que los comensales no pudieron soportarla.

Al terminar, el amo le preguntó:  ¿Qué fue lo que trajiste esta vez? Y él respondió: Lengua señor, las mismas que traje los otros días;  esa…, que fue lo mejor según tu sabia opinión, es  también lo peor porque la  lengua es la madre de todos los pleitos, discusiones, mentiras y calumnias.

Con la lengua se insulta, se rompen amistades, se  destruyen reputación y buenos nombres  y se llega a la catástrofe al  desatar guerras. Es el órgano de la blasfemia y la impiedad. No hay nada peor que la lengua.

Al comparar las dos situaciones colegimos   que dependiendo de su uso, la lengua puede ser el fundamento de la sabiduría y la civilización, o bien, la causa de la discordia y el caos.

Las palabras tienen un poder enorme, y debemos ser conscientes de cómo las usamos.

Quienes a través de la historia y su devenir han utilizado la palabra, el lenguaje de manera brillante, con elocuencia y gran poder persuasivo, se  le bautizado como “pico de oro”  que es, una metáfora que destaca la capacidad de un orador para usar de manera efectiva  y convincente, el lenguaje. Digno son  de cita:

Demóstenes (384 – 322 a.C.): Considerado uno de los más grandes oradores de la Antigua Grecia. Se le atribuye la habilidad de persuadir y conmover a las masas con sus discursos, especialmente en sus famosas “Filípicas” contra el rey Filipo II de Macedonia. Su oratoria fue tan influyente que llegó a ser comparado con un orador de “pico de oro”.

Cicerón (106 – 43 a.C.): Este filósofo, político y orador romano es otro de los grandes oradores de la historia. Su elocuencia, tanto en los tribunales como en el Senado, fue tan sobresaliente que llegó a ser admirado por generaciones posteriores. Sus discursos fueron considerados como ejemplos perfectos de la oratoria clásica.

En la lista se sitúa a  Pericles (495 – 429 a.C.): Líder de Atenas durante su “edad de oro”. Pericles fue conocido por su habilidad oratoria, que utilizaba para influir y movilizar a la ciudadanía ateniense. Su famoso discurso fúnebre, fue motivo de una gran ponderación, con  el cual elogia a los caídos en la guerra del Peloponeso.

Con posterioridad, han sido comparados con estos  oradores como:

Abraham Lincoln (1809 – 1865): El presidente de los Estados Unidos durante la Guerra Civil Americana es conocido por su poderosa oratoria, con discursos como el de Gettysburg, que perduran en la memoria histórica como ejemplos de oratoria emotiva y efectiva.

Winston Churchill (1874 – 1965): Durante la Segunda Guerra Mundial, Churchill fue célebre por sus discursos motivadores y por su capacidad de levantar el ánimo de la población británica con su oratoria persuasiva.

Martín Luther King Jr. (1929 – 1968): Líder del movimiento por los derechos civiles en los Estados Unidos, es famoso por su discurso “I Have a Dream”, que es considerado uno de los discursos más elocuentes y poderosos de la historia. Su habilidad para inspirar y movilizar con sus palabras le otorgan este calificativo.

Estos oradores se destacaron por su habilidad para utilizar el lenguaje de manera efectiva, combinando persuasión, emoción y claridad, lo que les permitió influir en las decisiones de grandes multitudes y cambiar el curso de la historia.

Y…. no me meto con los locales, para no despertar pasiones probablemente dormidas, no muertas, entre los presentes.

Hoy la oratoria brilla…, pero por su ausencia. Es una época en donde hasta la esencia del lenguaje peligra por el uso corrompido del mismo, que se difunde a  velocidad  cuántica.

Los de a pies, los de la grada, queremos ser encantados, hipnotizados por un discurso bello y significativo; que luego, pasada la retórica, se haga carne.  Se haga realidad, de tal manera, que lo hagamos, que sus hechos no contradigan efectivamente lo que han dicho, sus  decires…,  y la palabra vuelva a recobrar las cualidades del diamante: fuerte, brillante, transparente  y  valioso.

Insto a los que han tenido la suerte de convencer a las masas con  gráficos celosamente guardados en bóvedas blindadas, a que ensayen convencernos con la palabra cargada de las cualidades descritas.  Que no nos dejen a nosotros, los representados, con la amarga sensación de la frustración  y el desencanto.

La oratoria, el arte de hablar en público, ha sido desde tiempos remotos una herramienta fundamental para influir en la sociedad, transmitir ideas y persuadir a las audiencias. En este contexto, dos elementos clave que determinan el éxito de un orador son la retórica y la elocuencia.

Ambas, aunque distintas en su naturaleza, trabajan de la mano para lograr una comunicación efectiva, memorable y persuasiva.

La retórica es el estudio y la práctica de los principios y técnicas del discurso persuasivo. Esta disciplina, cuya base se remonta a la Grecia clásica con figuras como Aristóteles, se enfoca en cómo estructurar y presentar los argumentos de manera lógica y emocional para captar la atención del oyente y, sobre todo, influir en su pensamiento y acción.

La retórica es la ciencia que comprende el uso adecuado de las palabras, la organización de ideas y la estrategia discursiva. Así, un orador que domina la retórica no solo sabe qué decir, sino cómo decirlo de forma que sus palabras generen el mayor impacto posible.

Por su parte, la elocuencia es la habilidad de expresarse con claridad, belleza y efectividad, usando el lenguaje de manera persuasiva y estética. Un orador elocuente tiene la capacidad de cautivar, emocionar e inspirar a su audiencia, no solo a través del contenido de su discurso, sino también por la forma en que lo expresa.

La elocuencia no se limita a la estructura del mensaje, sino que incluye el tono de voz, el ritmo, el lenguaje corporal y la capacidad de conectar emocionalmente con los oyentes.

La combinación de estos dos elementos potencia la capacidad del orador para alcanzar sus objetivos, ya sea persuadir a un público, inspirar una acción o cambiar una percepción.

La retórica proporciona las herramientas conceptuales para construir un discurso sólido y bien fundamentado, mientras que la elocuencia permite que ese discurso sea entregado de manera atractiva y cautivadora.

En la práctica, un orador debe ser capaz de utilizar la retórica para organizar su discurso de forma coherente, presentar argumentos lógicos , emocionales, y anticipar posibles objeciones.

A su vez, debe emplear la elocuencia para hacer que su mensaje llegue al corazón de la audiencia, crear una atmósfera propicia para el entendimiento y la reflexión, y, mantener el interés a lo largo de su intervención.

La retórica y la elocuencia han sido herramientas decisivas para movilizar a las masas, generar cambios sociales y liderar momentos históricos.

En resumen, la retórica y la elocuencia no son solo habilidades útiles para quienes desean convertirse en grandes oradores, sino que son fundamentales para una comunicación efectiva en cualquier ámbito.

Dominar estas herramientas significa tener la capacidad de influir en los demás de manera profunda, logrando que las palabras no solo sean escuchadas, sino también comprendidas y, en última instancia, tengan el poder de transformar realidades.

La oratoria, entonces, se convierte en un medio no solo de expresión, sino de acción, y a través de la retórica y la elocuencia, un orador tiene el poder de mover montañas

En el liderazgo, la capacidad de comunicación es fundamental. La oratoria, como herramienta poderosa de expresión, no solo permite transmitir mensajes claros y precisos, sino que también proyecta seguridad, confianza y preparación. Sin embargo, hemos visto cómo personas en posiciones de alto poder social y político, a pesar de su preparación teórica, caen en la trampa de una oratoria deficiente.

Un discurso mal articulado, con fallas en la dicción, entonación o estructura, no solo pierde fuerza, sino que transmite una sensación de inseguridad que puede cuestionar la autoridad y el liderazgo de quien lo pronuncia.

Las personas que escuchan a estos líderes con expectativas de fortaleza y claridad, muchas veces se sienten decepcionadas cuando lo que reciben es una comunicación vacía y sin sustancia ni coherencia.

Un discurso falto de preparación puede hacer que incluso, las mejores ideas queden opacadas al no lograr el impacto esperado.

La oratoria no es solo una habilidad técnica, es también una herramienta estratégica que construye la imagen de un líder ante una audiencia.

Es imprescindible comprender que una buena oratoria no se limita a la habilidad de hablar en público, sino a la capacidad de conectar con los demás a través de un discurso bien estructurado y cargado de contenido significativo.

La dicción, la lectura en voz alta y la entonación adecuada son factores esenciales para que el mensaje llegue con claridad

Un líder debe saber cómo modular su voz, dónde hacer pausas, cómo enfatizar lo más importante y cómo sostener el ritmo del discurso para mantener la atención de su audiencia.

La preparación en este aspecto no debe tomarse a la ligera. No basta con poseer un gran conocimiento de los temas; un buen líder, debe ser capaz de transmitir ese conocimiento de manera efectiva.

La oratoria requiere práctica, dedicación y, en muchos casos, el asesoramiento de expertos. No se debe escatimar en esfuerzos ni recursos para dominar esta habilidad. La solidez de un líder, su capacidad para inspirar confianza y respeto depende en gran medida de cómo comunica sus ideas.

Por lo tanto, hago un llamado a quienes ocupan cargos de liderazgo: no subestimen la importancia de una oratoria adecuada. La forma en que se expresan puede marcar la diferencia entre el respeto genuino y la duda sobre su capacidad.

El poder de un buen discurso radica en su capacidad para conectar, motivar y, sobre todo, transmitir la certeza de que el líder está preparado para afrontar los retos que se le presentan. La oratoria es la herramienta que transforma el conocimiento en acción, y, por ende, en  resultados.

Hoy a ustedes que se han gastado estos momentos escuchándome. les digo que nos volveremos a ver en el camino. ¡Que Dios nos continué bendiciendo! Y que no olviden Jamás, que no solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Hasta la próxima que Dios nos continúe bendiciendo…

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