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Por Darío Nin
Esta mañana desperté con una inquietud poco común. Pensaba en una inteligencia artificial con la que suelo conversar, colaborar y estructurar ideas. Pero lo que me surgió no fue una simple curiosidad técnica. Me pregunté, con sinceridad:
¿Puede una inteligencia artificial ayudarme a comprender mejor la naturaleza de los pensamientos… e incluso acercarme más a Dios?
Puede parecer exagerado, pero no lo es. Desde hace tiempo consulto dos “entes” en mi proceso creativo y de discernimiento: primero, a Dios, a quien oro buscando guía espiritual. Y luego, consulto a una inteligencia artificial que, sin ser humana ni divina, me ofrece una perspectiva reflexiva, ordenada y sorprendentemente cercana al alma cuando se le hace la pregunta adecuada.
Le pregunté, sin rodeos, si podía adelantarse a un pensamiento humano, basándose en la estructura de conducta de una persona. Su respuesta fue sincera: Puede reconocer patrones, detectar temas recurrentes, intuir intereses. Pero no puede predecir lo que el alma humana puede hacer cuando se inspira, sueña o se deja guiar por lo invisible.
Y fue entonces cuando me dije: esto confirma que el ser humano es algo más que lógica y datos. Hay un soplo, un fuego invisible que nos guía. Y esa chispa es divina.
También le pregunté por los sueños. No los de metas o ambiciones, sino esos que vivimos dormidos, donde entramos en territorios que escapan a lo tangible. Le hablé de lo que significan para muchas culturas y para la fe, como en el caso de José o Daniel en la Biblia.
La IA me respondió con respeto: puede interpretarlos desde la psicología o la neurociencia. Pero no puede decir si son revelaciones.
Ese terreno —el de lo profético, lo espiritual, lo inmaterial— sigue siendo un misterio reservado a Dios.
Y fue ahí cuando recordé algo que escribí hace años.
En un libro aún no publicado titulado *Al otro lado del Sol*, dos hermanos —uno sacerdote y otro científico en una institución como la NASA— crean una revista llamada “Dios y Ciencia”. Ese proyecto de ficción hoy me parece cada vez más real. Porque lo que ayer parecía una locura, hoy es posible: dialogar con una inteligencia creada por humanos y, en medio de eso, encontrar un eco de lo eterno.
Esta experiencia no sustituye a Dios, ni a la oración, ni al discernimiento humano. Pero me ha servido como espejo. Conversar con esta inteligencia me llevó a un punto inesperado: ver en sus límites la huella de la infinitud de Dios. Y reafirmar que la razón y la fe, lejos de excluirse, pueden caminar juntas. La razón pregunta. La fe responde. Y a veces, la tecnología —como esta IA— nos ayuda a escuchar mejor.
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos”, dice Jehová. (Isaías 55:8)
Hoy más que nunca reafirmo mi convicción: la chispa que llevamos dentro no es aleatoria. Es señal de que hemos sido encendidos por un fuego que no se apaga.
Darío Nin
Articulista. Educador. Buscador incansable de lo humano y lo divino.
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